Dicen –y yo también lo mantengo– que una de las principales barreras para que nuestra ciudad alcance su verdadero potencial de excelencia son los enfrentamientos y la falta de coordinación entre las distintas administraciones. Cuando estas no trabajan en conjunto, se generan obstáculos que afectan directamente al progreso y a la calidad de vida.
La estrecha inversión, por ejemplo, en medios de locomoción, infraestructuras y mantenimiento, apretando los recursos destinados a mejorar los servicios básicos, deterioran la imagen como embajadora de calidad y modernidad. La hipérbaton a la que nos están acostumbrando desalienta tanto a residentes como a visitantes.
Además, estos enfrentamientos entre administraciones generan una percepción de desorganización y falta de visión a largo plazo, que afecta a la confianza de los ciudadanos y de los inversores en la gestión pública. La falta de un plan coordinado y de una estrategia común impide que se puedan aprovechar sinergias y recursos de manera eficiente, retrasando proyectos importantes y limitando el crecimiento sostenible.
Para superar estos obstáculos, es fundamental promover una cultura de colaboración y diálogo entre las distintas administraciones. Solo mediante la cooperación, la planificación conjunta y el compromiso compartido con el bienestar de la comunidad, podremos impulsar la transformación de nuestra urbe en un referente de calidad, innovación y sostenibilidad.
No sé, a ciencia cierta, si lo escrito se trata de una exageración mía o tan sólo es un “viento olfativo” que me está rondando con cierta reiteración: ¿hemos entrado en una fase ciudadana de “Falta de vergüenza, insolencia”, y “descarada ostentación de faltas y vicios” (RAE)… Parece como si los principios que dan razón a nuestro existir en convivencia y, por tanto, en paz se estuviesen intentando sustituir por falacias de corta duración que afectan con carácter importante a la mente –al “ser”– de buena parte de los ciudadanos.
Deja una respuesta