Esta mañana el cielo olía a otoño y el mar olía a otoño, las olas y el viento empujaban la inminente estación que tímidamente se iba haciendo notar .
Cuando llegué a la playa el mar estaba bravío, enfurecido, cansado de cuerpos, despojos y bullicio , lanzaba con ira sus andanadas de olas que barrían la costa, saltaban los diques, atemorizaban a los barcos y expulsaban a los intrépidos que les hacían frente.
El cielo se alió con las aguas y desplegó nubes oscuras que formaron una pátina de óxido y grises.
Pero no satisfecho jugó al despiste con sus pinceles y ladinamente escamoteaba nubes que abrían paso a lienzos de azules intensos para rápidamente esconderlos tras nublos pizarrosos, sin tregua iba descorriendo caprichosamente las telas celestes y el mar , envalentonado, redoblaba con más fuerza sus ataques.

Todo alrededor cambió, las palmeras ya no eran verdes sino terrosas, las rocas varadas intentaban emerger de las olas que las ahogaban, la arena porosa se consumía, la gaviota se refugió en la reseca tierra y las algas sucumbieron en la orilla.


Hasta que el sol se aburrió de la escena y se impuso a este amago otoñal que tendría que esperar. Sin embargo los aromas amarillos, naranjas y rojos quedaron enmascarados entre las palmeras y las nubes en una avanzadilla del cada vez más próximo equinoccio que aliviaría las confusiones y el fragor del estío en retroceso.
El cielo tamizaría la luz, el mar recobraría la calma de los siglos y las olas no atacarían solo se mecerían al compás de su recobrada cadencia.
Almería , 28 de agosto de 2025







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