Coral del Castillo Vivancos: «Una mirada infiel»

Bodas de plata, veinticinco años juntos, queriéndose, tolerándose, siempre conociéndose , conformándose, gastando una vida que unidos habían creado hacía ya muchos pasados.

Tiempos rebosantes de alegrías, silencios, confidencias, laberintos que tejen vidas que se piensan, se comienzan o se inventan.

Cuando se miraban era el enigmático mar, las rotundas montañas, el impenetrable bosque, la tormenta inesperada, el brumoso horizonte, la complicidad de la luna y el ímpetu del sol.

Se tocaban y era el desgarro de la tierra y el abrazo del universo.

El corazón destellos en lo sombrío cuando los ojos se abismaban en una sima de grises reflejo de aguas inagotables.

Se amaban, se deseaban, formas que habían terminado diluyéndose en un gastado se querían.

Jimena propuso a Carlos celebrar los veinticinco años perdiéndose en el mar, navegar en un crucero hacia cualquier destino, intentarían recuperar el amor y el deseo.

Navegaron bordeando islas en archipiélagos de nombres impronunciables , cuando fondeaban en algun puerto ellos se alejaban del resto de pasajeros y buscaban lugares fuera de los folletos, calas perdidas, pueblitos escondidos, volvían al barco cómplices de secretos, avaros de información, sigilosos de palabras.

En el barco variadas orquestas amenizaban las veladas, los pasajeros se repartían entre los distintos salones o sobre cubierta donde tocaba un grupo de jazz, la música preferida de Jimena y Carlos, eran unos apasionados del jazz desde su época universitaria, esa pasión les llevó un verano a Nueva Orleans, cuna de un género musical que significa libertad.

Eran felices oyendo cada noche sus melodias soñadas . La banda la componían cinco saxofonistas, un piano, un chelo y un bateria, de diferentes edades y países recorrían el mundo liberando con su música notas tradicionalmente encorsetadas y rígidas, atrapadas entre líneas continuas y enrevesadas.

Jimena empezó a fijarse en un saxofonista concreto, no sabía porqué quizás porque desde la primera noche era el que marcaba el rítmo al grupo.

Su mirada cada vez se detenía más tiempo en él , en el pelo enmarañado que le tapaba los ojos y en un cuerpo tan delgado y frágil que cuando sus manos cogían el saxo y empezaba a tocar parecía como si el peso de este y la fuerza de las notas lo encogieran y retorcieran de tal forma que el saxo se agrandaba y sobrepasaba al músico.

Un día coincidieron con él en cubierta y Carlos se acercó para felicitarlo por sus actuaciones, empezaron a hablar de jazz y el saxofonista de vez en cuando se apartaba el pelo que rebelde le tapaba los ojos, una de esas veces Jimena se fijó en ellos y entonces lo supo, supo porqué miraba siempre a ese músico mientras tocaba, vio en su mirada lo que el tiempo había hurtado de la de Carlos, la profundidad que atrapaba, el brillo que cegaba, las aguas inagotables, la tormenta inesperada, el ímpetu del sol.

Con una excusa bajó al camarote y lloró, nunca había sido infiel a Carlos ni había deseado serlo y ahora lo había sido con una mirada.

Las siguientes noches las notas del saxo la aturdieron, ocuparon sus sentidos, quiso creer que los ojos del músico respondían a los suyos, que el brillo de sus acordes era para ella y que el metal reflejaba destellos en lo gris.

Quedaban pocos días de travesía, el barco había emprendido el regreso, Jimena hablaba al músico con la mirada y se abismaba en sus ojos donde le amaba.

Volvieron a casa, un día Jimena abrió un album de fotos, buscó las de Carlos y ella de amigos, de novios, y en todas encontró en los ojos de su marido lo que había reencontrado en los del músico.

Cuando Carlos le enseñó las fotos del crucero, ella le pidió que imprimiera y ampliase en papel la que le había hecho a la banda de jazz con ellos, Jimena la enmarcó y la colocó en su dormitorio al lado de la de su boda. Le comentó a su marido que la había puesto allí para recordar cómo tuvieron la suerte de celebrar sus bodas de plata con un grupo tan bueno de jazz, su música preferida, Carlos asintió, era una buena idea y puso un CD de Cole Porter con la canción “ Ev´ry Time We Say Goodbye” (“ Cada vez que decimos adiós” ).

Jimena miró las dos fotografías y sonrió con ternura, en sus ojos “una sima de grises reflejaba aguas inagotables”.

Coral del Castillo Vivancos

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