Ramón Burgos: «Vacui»

A veces –no lo dudéis– conviene recordar determinados términos –algunos los llaman “latinajos”– que no sólo no han quedado obsoletos, sino que han adquirido nuevos sentidos y sensaciones muy actuales; por ejemplo: “horror vacui”, que aplicado al Barroco se refiere a la aversión al vacío, manifestada en una sobrecarga visual donde los espacios se llenan de detalles y ornamentaciones; la visión de un mundo lleno de emoción, caos y espiritualidad, donde cada rincón debía estar saturado para expresar lo divino, lo humano y lo trascendental (¡cómo me recuerda a varias de las andaluzas hermandades y cofradías de Semana Santa y de Gloria!).

Fijaos que si, ahora, relacionamos esta “brutalidad” con la sociedad actual, podemos ver un paralelo en la manera en que llenamos el vacío existencial, social y emocional, manifestado en el exceso de información y estímulos que nos rodean constantemente; redes sociales, consumo de entretenimiento y productos, que llenan nuestro tiempo pero no logran abordar la “realidad interior”… La soledad y la alienación son comunes en un mundo “hiperconectado”, donde las relaciones virtuales parecen ser más numerosas que las auténticas.

El miedo al vacío en la cultura del “siempre ocupado” refleja, sin duda, una preocupación por estar en constante actividad, buscando validación y propósito, pero sin encontrar una conexión genuina. Lo que nos lleva a una reflexión más profunda sobre la forma en que la modernidad (y especialmente la posmodernidad) pretenden –¿pretendieron?– cubrir determinados espacios vitales, consiguiendo –así lo creo– que la búsqueda de sentido pareciese más difusa o confusa que nunca,

De todo esto, es arquetipo claro el caso de determinadas redes sociales y las aplicaciones informáticas que están diseñadas para mantenernos constantemente “adueñados”, alimentando la sensación de necesitar llenar cada segundo de nuestro tiempo con algo: notificaciones, “likes”, mensajes, historias. Esta saturación de información, aunque nos distrae, también puede alimentar una oquedad emocional y psicológica, sin dejar espacio para la calma o la reflexión.

Ramón Burgos Ledesma

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