EN LAS ALTURAS DEL LANTAU VISITOR CENTER

Pinceladas asiáticas: Hong Kong, la isla de Lantau

Con dos jornadas en la populosa Hong Kong es lógico pensar que las posibilidades de recorrer todo es una hercúlea tarea, gigantesca e imposible, así que nuestro tiempo se esfumará con pasmosa facilidad y nos quedaremos con la desagradable sensación de lo poco que podemos abarcar y, en definitiva, eso podría ser un acicate para volver.

Recordemos que Hong Kong se compone de casi trescientas islas y las habitadas no se recorren en dos días, así que hemos traído unas breves pinceladas de estas tierras a las que tendríamos que dedicarle meses para poder verlas y, estamos seguros, no llegaríamos a hacernos con el trepidante ritmo de vida en este territorio de poco más del mil kilómetros cuadrados donde viven más de diez millones de almas constreñidas entre las altas montañas y el mar.

MAPA DEL MIRADOR, EN DIAGONAL LA RUTA HACIA LANTAU Y EL AEROPUERTO, ALGUNOS CONTINÚAN HASTA MACAO

Desde la terminal de cruceros tomamos la cornisa rápida de Kowloon hacia el oeste pasando por Kwai Chung, la carretera que serpentea, sube y baja, como si nos estuviéramos moviendo por un laberinto. Llegaremos al Lantau Visitor Center donde, tras una moderada subida [una caracolada rampa] nos dejará en la cumbre desde donde se observa la impresionante panorámica que, a veces, la niebla y la contaminación no permiten contemplarla en todo su esplendor. Las vistas son espectaculares y los puentes quitan el aliento, sobre todo cuando por debajo pasan los gigantescos portacontenedores que crean una fantástica imagen de esas obras civiles para acceder a la isla por carretera y, de paso, llegar hasta las instalaciones del flamante aeropuerto internacional que se hizo de forma artificial o continuar para tomar el puente que lleva hasta la vecina Macao y toda la desembocadura del río de las Perlas.

PERSPECTIVA DEL PUENTE COLGANTE

Tras esa parada y estiramiento de piernas tocará tomar el camino hacia Lantau, la isla más grande de la ex colonia, con sus 340 kilómetros cuadrados [poco más de una cuarta parte de Hong Kong] que cobijan a casi 200.000 personas que viven en una zona mucho más tranquila, sosegada y acogedora y donde los vehículos privados no tienen acceso. Los pocos núcleos habitados tienen estrechas callejuelas y siempre escarpadas distribuciones, está conectada con los Nuevos Territorios por dos impresionantes puentes: Tsingma de 2.160 metros y el Ting Kau de 1.177.

Para los amantes de las artes marciales el hito es Tai O, una aldea de pescadores donde uno, automáticamente, se traslada a otro mundo, por algo el mar es su fuente de vida y el pequeño poblado lleno de casas construidas sobre el agua que me devolvían a los palafitos de la chilena Chiloé. Tenemos el hogar del Kwan Tai, el templo que se levantó al dios de la guerra en 1644, polo de atracción para los que tienen pasión por las artes marciales y a otros nos devuelven al cinematográfico Bruce Lee.

DESDE EL MIRADOR UNO DE LOS PUENTES QUE LA UNEN A LOS NUEVOS TERRITORIOS, O SEA A CHINA CONTINENTAL

Quizá lo más impactante que encontrará el viajero sea el Monasterio de Po Lin [apenas ocho kilómetros de Tai O] donde, sobre una colina de más de 500 metros, levantaron en 1993 el Buda Sentado que pasa por ser una de las imágenes más icónicas de Lantau: 34 metros de altura y 250 toneladas de metal nos pueden dan una idea de su monumentalidad.

Más espectacular es llegar con el funicular que arranca en Tung Chung y te deja en el monasterio, las vistas son fabulosas pero conviene hacerlo temprano para disfrutar al máximo del lugar y evitar las colas. No olvidemos que estamos ante el templo budista más grande de Hong Kong y, por lo tanto, sumamente visitado por el turismo local y chino. Por la comida no tendremos que preocuparnos y por un día podremos ser totalmente vegetarianos, en su moderno restaurante podrá disfrutar de otros platos y otros sabores. Aquí debemos hacer un inciso que casi siempre se nos escapa, para los viajes por el sudeste asiático, los palillos son los que funcionan y tendremos que acostumbrarnos a su uso o bien podemos ser precavidos y llevarnos un juego desde casa de nuestros habituales cubiertos. El consejo es comprar un lote desechable para esos menesteres, para las sopas no es necesario porque el kit que recibes incluye una cucharita.

Después de eso ya no queda más remedio que orientar los pasos hacia el moderno y funcional aeropuerto de Chek Lap Kok donde se esmeraron y crearon unas instalaciones acogedoras, funcionales y dinámicas, algo que descubres nada más pasar el umbral de acceso tras despedirte del autobús e iniciar tu deambular interior con tus bártulos. La automatización aquí es bestial y habrá que tomárselo con calma, evaluar lo que queremos hacer y, en caso de duda, ir directamente al mostrador de información. Conviene no apurar los horarios porque su inmensidad nos puede dar un buen susto a pesar de su excelente señalización.

Tras la facturación tocará pasar el control automático, la máquina de reconocimiento facial te reclama y tras colocarte en la señal de los pies que hay en el suelo iniciará su escaneado para darte el paso. Tienes ahora que pasar el escaneado del equipaje de mano, sacarte la correa, reloj, cartera, etc. Tras superar esa incomodidad -todo sea por nuestra seguridad- tendremos nuevo reconocimiento facial -se ve que las tecnológicas necesitan material para sus bancos de datos y China va en cabeza en este tipo de control- y ya estarás ante la playa gastronómica, las consabidas tiendas con el último grito, sobre todo, de las nuevas tecnologías; nos declinamos por disfrutar del último plato de la comida genuinamente honkonita.

Juan Franco Crespo

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