Hace unos días me encuentro en la sala de espera de una consulta médica, con un conocido del que no recordaba su nombre y él tampoco recordaba el mío. Me presento, reconocemos nuestro anterior encuentro e iniciamos una informal y amena conversación. Durante la misma, me comenta que todas las mañanas monta en bicicleta. Asombrado le pregunto, pero ¿dónde montas? Voy por varios sitios, aunque el que más frecuento es el de Las Gabias; hasta allí llego por carril bici y luego tomo una carretera con poca circulación. Mi extrañeza era tan grande como mi complejo, porque soy incapaz de subir una pendiente, aunque sólo sea del dos por ciento. Sin embargo, mis mayores sorpresas vendrían después: ¿cuántos kilómetros haces? Pues entre sesenta y setenta ¿cómo? Pero ¿cuántos años tienes? Ochenta y siete. Mi alucinación fue total; me quedé estupefacto, reconozco que soy un mal deportista, pero esto es inadmisible, admirable. Nuestra conversación continuó durante un buen rato, sobre asuntos semejantes, por lo que mis ánimos crecieron satisfactoriamente. Ver un caso real, conocer a una persona con ese coraje, con esa ilusión, con esa predisposición y que, con su edad, sigue dispuesto a hacer cosas nuevas y sanas, es sencillamente ejemplar, maravilloso, una oportunidad para aprender e imitar.
Más edad tenía Héctor Gaitán, el nicaragüense que en el 2014 cumplió 110 años, estando completamente sano y perfectamente lúcido. En su foto, en su perfil y en su rostro, casi agotado por el paso del tiempo, se notaba una mirada limpia y serena; un espíritu de luchador empedernido, de trabajador incansable – fue minero, guerrillero, telegrafista, músico, etc. Sus recomendaciones para vivir felizmente y durante tanto tiempo eran muy sencillas: hacer ejercicio físico trabajando, tener muchos hijos, no beber alcohol, no chismosear, ni buscar problemas, ni amenazar, ni envidiar y tampoco ser ambicioso, porque todo eso, para Dios es papel mojado. La satisfacción de vivir y de seguir viviendo y la esperanza en una vida posterior, implementan otro magnífico ejemplo.
Y qué decir de esa abuela que, ya jubilada, sigue luchando y trabajando sin parar, como cuando tenía veinte años. Ayuda a sus hijos, le paga a alguno de ellos una pequeña hipoteca, y prácticamente es la única responsable de sus nietos, que, al estar mal atendidos por sus padres, es ella la que realiza incluso las tutorías con sus profesores de Educación Primaria y más aún con los de Secundaria |
Y qué decir de esa abuela que, ya jubilada, sigue luchando y trabajando sin parar, como cuando tenía veinte años. Ayuda a sus hijos, le paga a alguno de ellos una pequeña hipoteca, y prácticamente es la única responsable de sus nietos, que, al estar mal atendidos por sus padres, es ella la que realiza incluso las tutorías con sus profesores de Educación Primaria y más aún con los de Secundaria, porque la adolescencia es una edad complicada y en esta época que vivimos y en la precaria situación de bastantes familias, mucho peor. Conozco otro caso de un chico que cuando llegó a Bachiller, no encajó bien en esta etapa y no aprobaba ninguna asignatura. La fortaleza y la intervención cariñosa y drástica de la abuela, que se lo llevó a vivir con ella, le hicieron entrar en razón y acabó aprobándolo todo. Finalmente quiero citar a Berta Wilhelmi, la señora que el pasado día seis, aparecía su foto en IDEAL soplando las velas de la tarta de sus 101 cumpleaños. Su secreto vida tranquila y sin preocupaciones; su meta, muy fácil, cumplir otros cien años más. ¡Bravo, Berta!
Epílogo: dicen los expertos en el tema de la longevidad, que España ocupa los puestos más altos del ranking mundial en esperanza de vida. Efectivamente es así, su media está en 82´4 años, unas décimas menos que Japón 83´1; cuestión de la que nos debemos alegrar y sentirnos enormemente orgullosos. Pero, por el contrario, en el índice o tasa de natalidad, lamentablemente ocupamos los puestos más bajos del mundo: 8´99 niños nacidos vivos al año por cada mil habitantes. Hemos de saber que lo uno está correlacionado con lo otro: sin natalidad no hay futuro. Ni estadística, ni económicamente el sistema actual de pensiones y de servicios, se podrán mantener. Los partidos que todos quieren ser progresistas, ignoran esta insostenible realidad y se despreocupan de la natalidad. Menuda contradicción ¿progresar es decrecer? La razón de fondo puede ser muy simple: los niños no votan.
(*) Antonio Luis García Ruiz es catedrático de EU de la Universidad de Granada
(NOTA: Este artículo de Opinión se ha publicado en la ediciones impresas de IDEAL Almería, Granada y Jaén, correspondientes al lunes, 27 de julio de 2016)