– Usted alterna su ingente labor investigativa con la producción dramática y poética ¿de qué manera se influyen? ¿Con qué faceta se siente más cómodo?
– Mi faceta investigadora en el mundo del teatro precede a la creadora, dada mi propia trayectoria académica, pues la realización de una tesis doctoral y la elaboración del currículum necesario para ganar una plaza en la Universidad de Granada, así lo exigen. Ahora bien, una vez que terminé mi tesis, tuve mucho más tiempo para dedicar a mi faceta como creador, que siempre ha estado ahí, pero que, como le digo, por imperativos académicos había sido relegada a un segundo plano. En estos cinco años es cuando he escrito y publicado la mayoría de mis obras dramáticas. Si me pregunta con qué faceta me encuentro más cómodo, le respondería que con las dos. Por eso las uní creando mi propia teoría dramática, publicada en un ensayo titulado La dramaturgia cuántica. Teoría y práctica (Granada, Dauro, 2009), y escribiendo obras de teatro en las que se utiliza la técnica descrita en la teoría, que recientemente han sido recogidos en un libro conjunto que lleva por título Estado antimateria. Pentarquía de dramaturgia cuántica (Melilla, GEEPP-Consejería de Educación, 2011), donde, por cierto, se encuentra esa Mariana Pineda, tratada bajo una técnica de dramaturgia cuántica, que se estrenó hace tan solo unos días en Nueva York.
– Su obra «Monólogos con maniquí» está constituida por cinco soliloquios narrativos e intimistas (Los hombres interrogan a la muerte, Amada azul, Lasciate ogni speranza, Herencia de la desidia y El pendejo electromagnético) ¿Cómo surgen? ¿Por qué elige esta forma narrativa?
– La idea de esta obra y la escritura de la misma surge en Nueva York, ciudad en la que resido actualmente. Si realizo un examen autocrítico de qué me llevo a escribir este libro, creo que debería destacar dos datos fundamentales que se conjugan en los inicios creativos de esta obra. En primer lugar debo destacar que la razón fundamental de mi estancia en Nueva York es de carácter investigador. Trabajo en el Graduate Center de la City University of New York, uno de los centros de formación de doctores más importantes de todo EE.UU. Mi investigación allí versa sobre los dramaturgos actuales que están escribiendo en español y que están generando una industria teatral que va creciendo cada vez con más fuerza dentro de la propia ciudad. Uno de los elementos que destaco rápidamente en mi investigación es la influencia, en todos estos dramaturgos, del teatro realista norteamericano, especialmente de Tennessee Williams. Eso por un lado. De otro lado, me encuentro un día en el Instituto Cervantes viendo un montaje del De profundis de Oscar Wilde. Esta obra es profundamente narrativa, es más, no es una obra de teatro expresa. Pero me fascinó la fuerza que alcanzaba en escena esa narratividad del escritor irlandes. Así decidí crear unos monólogos dramáticos explorando la narratividad escénica, por un lado, y respondiendo, de otro, a ese realismo de Tennessee Williams desde mi formación europea.
– ¿Es la realidad su principal fuente de inspiración para esos personajes que nos descubre en circunstancias adversas?
– Como le digo, mis monólogos suponen, en parte, una respuesta a ese realismo norteamericano del que le vengo hablando. La investigadora Cristina Hernández González, a quien le agradeceré siempre la magnífica introducción de esta obra, explica con gran acierto cuál es el funcionamiento de la dimensión realista dentro de esta obra. Personalmente podría añadir que la realidad que exploro la realidad emocional, las sensaciones de los personajes, su inconsciente. En la creación de circunstancias para situar a esos personajes es donde se puede reconocer el mundo real. Siempre me ha interesado más la realidad vista desde el expresionismo que desde el naturalismo.
– Si tuviera que decantarse por uno de ellos, ¿con cuál se quedaría? ¿Por qué?
– Creo que a cualquier autor le costaría muchísimo responder a esta pregunta. Decantarse por una sola obra de entre todas es algo difícil y, además, cambiante, pues considero que en diferentes etapas o momentos de mi vida podría dar una respuesta diferente a esta pregunta. De todas formas, si me lo pregunta en este momento y esta etapa concreta de mi vida, le diré que me decanto por el último de todos, El pendejo electromagnético, porque es el más extraño, con un alto ingrediente del absurdo mezclado con filosofía del lenguaje contemplada desde una óptica wittgensteiniana.
– ¿Se trata de unos monólogos para ser leídos o representados? ¿A quién pueden interesar especialmente?
– Yo hago mi teatro siempre con la intención de que sea representado. Ahora bien, es cierto que la alta carga narrativa de estos monólogos hace que puedan ser disfrutados tanto por los lectores de teatro como por aquellos que prefieren la narrativa. Creo que pueden interesar especialmente a todos aquellos lectores que les guste una literatura con alto ingrediente psicológico.
– ¿Qué sintió cuando la editora y también actriz, Mariana Lozano, ponía en escena su monólogo «Herencia de la desidia»?
– Fascinación. Su interpretación, cuidada al detalle desde la dirección por Antonio Morell, me hicieron sumergirme en el monólogo como un espectador más y disfrutarlo como tal. La capacidad de Mariana Lozano para encarnar todas las contradicciones, dolor y queja de ese personaje creo que está a la altura de muy pocas actrices, pues al gran talento hay que sumar una capacidad de trabajo desbordante, que solo actores con la pasión de Mariana Lozano están dispuestos a entregar. Es como si Asterisca Itala, que es el nombre del personaje, hubiera estado durmiendo a la espera de Mariana Lozano, para integrarse en ella como una segunda piel.
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