Pero en el pueblo, años 60 eran los primeros cacharros que llegaban a los distintos negocios y casas, lo cual hacía deslumbrar a la más exigente de las personas y mantenían nuestra atención durante largos períodos de tiempo, hasta el punto que se tenían como una distracción, aparte de su utilidad.
Recuerdo perfectamente que en el año 1960 no había garbanzos precocinados o cocidos y si los había nunca llegaron a Salobreña, mi tía María, cada uno de los 365 días del año, preparaba un lebrillo lleno de garbanzos con agua. Qué maravilla era ver cómo rellenaba en cartuchos el cuarto de garbanzos después de escurrirlos.
En el bar Ambigú, justo al lado del cine de mi tío Pepe Cervilla, Andrés Palomares que era quien tenía arrendado el bar fue el primer sitio de todo Salobreña que instaló una gramola. Podéis imaginar los días, horas que he pasado viendo como con solo una moneda y pulsando dos teclas F14, una mano mecánica elegía tu disco y lo colocaba en el plato para poder oír la música. Maravilla donde las haya.
El mismo Ambigú fue de los primeros, por no decir el único que colgó de la pared una máquina que le echabas una perra gorda y te salía la gasolina para empapar los encendedores de martillo que usaban todos los fumadores, alegría daba ver cómo caía gota a gota el preciado líquido.
Fue Paquito Franco, quien puso en su tienda de la calle Cristo una máquina que era la delicia de toda la chiquillería del pueblo, era de color rojo intenso y con su cristal transparente dejaba ver todas las bolas de caramelo habidas y por haber. Su coste, una perra gorda y estábamos haciendo cola para ir sacando las bolas. Esta máquina la trasladó después a la tienda de Expiración.
En la tienda de Pepe Hernández fue donde se instaló por vez primera una máquina cortafiambres, venían gente de lo alto del pueblo solo por ver cómo cortaba el salchichón y sobre todo la mortadela, esas latas alargadas que había que hacerle unos agujeros en una parte y soplar para que saliera la tripa y así poder cortarla; lógicamente iba con manivela y recuerdo que la tenía puesta en el mostrador.
A la gente joven le hablas del invento del minipimer y te mira como diciendo, de dónde ha salido este bicho. Siempre se ha hecho la mayonesa en el mortero a fuerza de paciencia y buena mano de muñeca para batir el aceite y el huevo. La primera minipimer que entró en mi casa, vivíamos ya en la calle Fábrica Nueva y la compró mi madre en Radiovisión en Motril, pues Salobreña, olvídate no había ni un solo establecimiento que vendiera ese artilugio tan necesario y útil. Pienso que durante muchos años fue el regalo más solicitado por las féminas.
Si hablamos de cacharros novedosos y poco vistos, el primer supermercado como tal se ve hoy día, lo puso mi prima Pepa y Jorge Martín en la Pontanilla; fue todo un éxito, pues piensa en aquel entonces el poder entrar y coger una cesta metálica y más aún esos 4-5 carritos de miniatura para los tráiler que hay hoy día e ir cogiendo por tu cuenta los productos que necesitabas, acostumbrados como estábamos al trato directo y cercano de las tiendas de toda la vida. Pero más que los novedosos carritos, creo que el éxito se debía al cariño que ponía mi prima Pepa en todo lo que hacía.
Una de las primeras máquinas dispensadoras de tabaco la instaló Antonio Fernández, mi vecino en la Fábrica Nueva, puso una de tabaco y otra al lado de cajas de cerillas, qué seguridad se respiraba que nunca tuvo problemas de robo ni daños y eso que estaban siempre en la calle, su mecanismo era sencillo, se introducía el dinero y se tiraba fuertemente de una palanca, pero claro no decían…»su tabaco gracias».
Si hablamos de las primeras lavadoras automáticas, requerirían todo un estudio aparte, pues en Salobreña todas las mujeres lavaban en sus casas o iban al Partiero, al Gambullón y a la Fuente de la Raja. Esos cestos llenos de ropa y esa tabla de lavar ya casi gastada de tanto restregar con el jabón Lagarto. Pero, he aquí que aparecieron las primeras lavadoras de turbina, pues eso eran una turbina dando vueltas y luego tenías el trabajo de escurrir una a una cada prenda de ropa, pero aun así eran un bien escaso en la mayoría de las casas, sigo hablando de los años 60, no se me asusten.
Decía Miguel Delibes…”La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón” .La vida ha progresado toda una barbaridad pero en mi caso aún sigo recordando aquellos artilugios o aparatos que tanto despertaron en mi la curiosidad por un mundo nuevo y desconocido en la Salobreña de 1960.
(P.D.- Por cierto, se me olvidó poner en el relato que la tecla F14 correspondía a la canción ¡Oh Carol! del cantante Neil Sedaka; se ponía tanto esta canción que la F ya estaba casi difuminada y borrosa).
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