No caeré en la tentación de elevar a categoría esta conmovedora anécdota. Pero de lo que no tengo la menor duda es que se trata de un síntoma, un síntoma demasiado esclarecedor sobre los graves problemas que afectan al mundo actual: el egoísmo, la insolidaridad, la despreocupación de las personas por los acontecimientos que ocurren a su alrededor… Un síntoma que no es nuevo pero que parece agravarse con el transcurrir del tiempo y del que ya daba cuenta Ortega en su obra “Estudios sobre el amor”: Casi todos los hombres y las mujeres viven sumergidos en la esfera de sus intereses subjetivos… y son incapaces de sentir el ansia emigratoria hacia el más allá de sí mismos. Es duro hacerse a la idea –como escribía el otro día un articulista de este periódico, del que lamento no recordar el nombre- de que jamás nadie nos esperará en ninguna parte pero más duro aún debe ser experimentarlo en nosotros mismos. Con demasiada frecuencia el hombre actual ha perdido el respeto por sí mismo, traicionándose y, consecuentemente, traicionando a sus semejantes.
Hace demasiado tiempo ya que el hombre, en su primitivismo original, – tan irracional como creativo- acabó con sus dioses, sus mitos y sus héroes |
Hace demasiado tiempo ya que el hombre, en su primitivismo original, – tan irracional como creativo- acabó con sus dioses, sus mitos y sus héroes. Hace demasiado tiempo ya que el hombre olvidó su amor y respeto por la Naturaleza -¡ilusos humanistas!- Hoy, desgraciadamente, el hombre actual, en su descreimiento, incapaz de rebelarse contra su destino y, lo que es peor, contra los que lo manipulan y lo dirigen, se ha convertido en otra cosa: una cosa precisamente, sin más dios que la gran superficie en la que satisfacer sus necesidades más innecesarias. Pero ni este proceso de cosificación del hombre es casual ni es neutro. La ciencia y la tecnología se han convertido en un instrumento peligroso, no por el legítimo y noble derecho del hombre al conocimiento sino por doblegarse y postrarse de hinojos ante las grandes multinacionales y al imperio de los grandes poderes financieros. Y todo en aras de proporcionar a la Humanidad un mundo feliz, tan cínico como irreal. El hombre de hoy ya no hace camino al andar pues anda dando tumbos por la vida, desorientado y frágil. Le han desprovisto hasta tal punto de su conciencia existencial, que su ser para la muerte lo han transformado en ser para el consumo. De su vida han hecho desaparecer a filósofos, pensadores y grandes poetas –los que tienen algo que decir-, hasta tal punto que no parece casual que desde hace medio siglo no se haya elaborado un sistema filosófico.
Y así, al hilo de estas reflexiones, en esta noche de galán y jazmín, me he sentido excluido de este tiempo –al que no pienso renunciar- y comprendo mejor a nuestros padres y a nuestros abuelos cuando decían no entender los nuevos tiempos. Pero ellos sí tuvieron, al menos, la satisfactoria percepción de que dejaban a sus descendientes un mundo mejor y una mejor posición que la que la vida les había deparado. Hoy son legión los padres de familia que no tienen la certeza de que esa situación vuelva a repetirse. Como tampoco podrán tenerla de que en un futuro que ya es presente, cuando muerdan la soledad y la desesperanza, acaso hayan de esperar anhelantes la llegada de la policía que los rescate de ellas. A pesar de todo y de todos la Naturaleza sigue siendo sabia: una lluvia de estrellas llora desconsolada la degradación del género humano sobre la tierra.
(NOTA: Este artículo de Opinión de Blas López Ávila fue publicado en las ediciones impresas de IDEAL de Almería, Granada y Jaén, correspondiente al viernes, 19 de agosto de 2016)