Por supuesto, no teníamos estufas, sino que se leía y escribía, en pleno rigor invernal, al calor del brasero de picón y de cisco que se encargaban nuestra madres de encender en plena calle, soplillo de esparto en mano, en una especie de ritual platicado vecinal, pero con la sonrisa superpuesta sobre la llaga de la escasez. La luz solía ser una lámpara solitaria que colgaba desde el techo con una luz mortecina y triste que invitaba poco a la lectura, a buscar términos en el diccionario de latín o a realizar, sin equivocaciones en los signos, las ecuaciones de segundo grado. Lo peor sobrevenía, cuando aquellos rudimentarios transformadores eléctricos no soportaban la potencia necesaria como para abastecer de la energía necesaria a todo un barrio, y entonces se cortaba la luz. Algunos vecinos se maliciaban y decían que eso ocurría, porque había muchos que «hacían trampas» y, por tanto, se recargaban en exceso las líneas eléctricas. Ese extremo nunca lo pude confirmar, aunque si se podía intuir que algo de eso sucedía.
Entonces, para el estudio, había que recurrir a las velas, a las mariposas o al candil de aceite, o al quinqué de petróleo, sobre todo, si al día siguiente había algún examen que acometer. En esas circunstancias, se hacía muy difícil la concentración y uno no podía por menos que tener ideas evasivas. Eran otros tiempos. Hoy día los jóvenes disponen de cuarto de estudio con televisión incorporada (en abundantes casos), consolas, ordenador, teléfono móvil de muchos gigas, calefacción, luz azulada en el flexo, mesa de estudio individual, y en fin, todo tipo de facilidades que les debiera facilitar, teóricamente, el rendimiento en el estudio. Con esto no quiero decir, líbreme Dios, que todos tengan estas facilidades y no vea con nitidez que, desafortunadamente, algunos tienen que estudiar aún con pelliza y en muy precarias condiciones como sucedía en otros tiempos, ni tampoco quiero negar que la pobreza energética no sea una realidad que convive con nosotros; sin embargo, todo el mundo sabe a lo que me refiero y en mi ánimo no está ni estará nunca, el utilizar la misma medida para todo y para todos, ni por supuesto ser el fiel de la balanza en mis reflexiones.
Veo con absoluta claridad a una gran parte de nuestra juventud que emplea demasiado tiempo en las redes sociales, con el objetivo último de mostrarnos su obstinada estupidez exhibicionista, además de industrializar el insulto, la amenaza, la calumnia o la injuria (con absoluta impunidad) contra quienes se les antoja. |
Antes bien, de la misma manera, veo con absoluta claridad a una gran parte de nuestra juventud que emplea demasiado tiempo en las redes sociales, con el objetivo último de mostrarnos su obstinada estupidez exhibicionista, además de industrializar el insulto, la amenaza, la calumnia o la injuria (con absoluta impunidad) contra quienes se les antoja. Son tan presuntuosos y torpes que un retuiteo de esta índole les hace sentirse ingeniosos de la necedad y de la perversión, y se quedan tan tranquilos. Observo, también, con desagradable incredulidad que pretenden vivir en un desorden que les parece genial; pues, se reúnen amontonados en cualquier lugar de la ciudad, exclusivamente, para beber hasta la extenuación, no a morro, sino, incluso, con embudos conectados, por medio de un tubo de goma a garrafas de bebidas alcohólicas de alta graduación, en una especie de intubación casera. Todo esto aderezado con todo tipo de estupefacientes, a demanda del consumidor, para alterar un poquito más al sistema neurológico central.
Todas estas inteligencias hundidas en la más profunda hostilidad contra sí mismos y contra el mundo, parásitos, cínicos y aburridos, siempre encuentran un motivo (móvil en mano y whatsappeando), para celebrar o reivindicar hasta lo absurdo en sus lúdicas «quedadas». Por tanto, aun reconociendo, como se dice más arriba, que todos los jóvenes no responden a estos patrones de vida, habrá que reconocer que hoy día el acceso a la información y a la formación está bastante más al alcance de la mano para todos que en otras épocas, siempre y cuando se haga un buen uso de recursos y tecnológicos y materiales que nos ofrece la sociedad. Por el contrario, si tal y como se dice, los políticos son un reflejo de la sociedad, muy pronto nos encontraremos entre la muchedumbre juvenil a nuestros políticos buscando a pokémones en la Puerta del Sol.
(NOTA: Este artículo de Opinión de Pedro López Ávila fue publicado en las ediciones impresas de IDEAL de Almería, Granada y Jaén, correspondiente al viernes, 25 de agosto de 2016)