Que soy del grupo de los perdedores ya lo sé, lo he sabido siempre, pero lo que es peor es que me siento bien perteneciendo a esta casta y soy feliz mezclándome entre gentes que no tienen contemplaciones a la hora de transmitir sus emociones y verse frágilmente dañados en todos sus sentimientos. Qué le voy hacer si sobrevivo y no puedo controlar mis sentimientos más allá de una mirada o una palabra de ternura y ya no digamos si esa palabra es de amor.
Desde mi tierna infancia en ese pueblo tan bonito de Salobreña, siempre estaba apegado a los caguetas y últimos en llegar a la meta. Mi debilidad era tal que disfrutaba con mi fragilidad, siempre tuve como ejemplo de arrojo y valor a mi querido primo Pepe Luis, él sí que era un aguerrido batallador, sin embargo yo me dejaba arrastrar por los menos favorecidos.
En mi adolescencia, al estudiar en un colegio religioso, tuve grandes problemas con los curas Agustinos, pues mi espíritu rebelde siempre estaba por explotar en aquella época de silencios y obediencia. Más de una vez, tuvo que venir el dichoso Padre José Antonio Parra para hablar con mi bendita madre y transmitirle que su hijo del alma, siempre estaba con los más necesitados y que nunca quería ser avanzadilla de nada.
Al llegar a Granada, fueron años de eclosión a la libertad, el trabajo, la amistad, el compañerismo y la clandestinidad que te daba el pertenecer a un Partido no legalizado. Fueron años de mucho trabajo en Mercagranada al lado de toda la gente que sufría y padecía por llevar un sueldo digno a sus casas; qué contrasentido más grande, un universitario ejerciendo codo con codo con los ‘mandaeros’ del mercado, para sentirme bien necesitaba de su contacto, sus penas y fracasos hacían que yo me viese totalmente un privilegiado entre tanta miseria. Cómo podía yo hablarles de democracia y libertades, si apenas tenían para llevar algo de comida a sus descendientes, craso error de la juventud universitaria que leía el Libro Rojo de Mao y en sus charlas solo hablaban de un tal Marx y que ellos no conocían, pero que cada día comíamos caliente y dormíamos a pierna suelta. Toda esta gente, me enseñó que hay un mundo diferente al tuyo y que lo tienes tan cerca que muchas veces te puedes quemar si te acercas demasiado, pero para eso tienes que tener bien abiertos los ojos y sobre todo tu alma y corazón.
La vida es cierto, me ha golpeado fuerte, pues muy pronto, demasiadamente pronto he perdido muchos seres queridos, tan amados que me han dejado lastrado para mucho tiempo |
La sociedad nos ha enseñado el camino del triunfo y de los triunfadores, sin embargo siempre desecha aquellos que se quedan a mitad de camino, bien por capacidad, enfermedad o imposibilidad de seguir el ritmo trepidante de esta vida alocada y mercantilista de yo primero y después de mí siempre tú. La vida es cierto, me ha golpeado fuerte, pues muy pronto, demasiadamente pronto he perdido muchos seres queridos, tan amados que me han dejado lastrado para mucho tiempo, como decía el poeta Miguel Hernández, siento más su muerte que mi vida. Las elegías retratan toda clase de pérdidas, pero las elegías mías son consagradas a la pérdida de la ilusión y el paso del tiempo, que de una forma u otra, provocan nostalgia, angustia, congoja o abatimiento.
Historias de perdedores, soñadores y otras gentes de bien, que reúnen la vida de unos personajes que, no son inventados si no que son totalmente reales, son siempre seres independientes y solitarios. Me gustan, me atraen, me pongo siempre de parte de este tipo de gente, porque junto a ellos, me siento vivo. El hecho de que esta gente sean perdedores a nivel material, no significa que no sean ganadores a nivel moral, ya que todos ellos dan una lección de dignidad y por encima de todo defienden la vida, porque la muerte siempre la tienen presente.Si hiciéramos todos un repaso de nuestra historia y fuésemos sinceros con nosotros mismos, veríamos que en nuestras vidas hemos acumulado muchas más derrotas que victorias, pero eso no tiene por qué incapacitarnos para una feliz existencia; la vida es, simplemente, sobrevivir.
Y después de mi paso por esta existencia mía, aun me siento con fuerzas para pelear y luchar por los más débiles y sentirme útil para con ellos, no soy de premios y oropeles, los agasajos y triunfos me turban y casi desfallezco.Dos frases hay que me han marcado bastante, una es de Pablo Coelho y dice que «El dolor está en nuestra vida cotidiana, en el sufrimiento escondido, en la renuncia que hacemos y culpamos al amor por la derrota de nuestros sueños». Y la otra con más fuerza aun y que me costó años descifrar es de Jorge Luis Borges y manifiesta que » La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce».
Y ahí me encuentro yo, sobreviviendo entre derrotas.
(P.D.) En la foto de arriba tenía 18 años recién cumplidos y todo un mundo por descifrar.
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