Este memorable desfile lo volvieron a escenificar en 2003, en Guadalix de la Sierra (donde una placa recuerda la película de ‘Bienvenido, Míster Marshall’), con motivo del cincuentenario del estreno. Pero de nuevo se oye la voz familiar del narrador: “Todos tienen derecho a pedir una sola cosa. Sí. Una sola es muy difícil. Don Luis, el hidalgo, todavía no ha pedido nada”. Y por riguroso orden, el alcalde, el cura y el representante van anotando lo que pide cada uno: “Yo quiero una pareja de mulas. Y yo un cabezal. Yo quiero una máquina de coser…”.
“¡Que ya están aquí, que están subiendo la cuesta!”, da la voz de alarma un zagalón desde la torre del campanario. “¡Preparados…, música!”, ordena el alcalde. Sin embargo, unos instantes después, la comitiva de los lujosos ‘haigas’ de los americanos pasa de largo. Y todo el pueblo de Villar del Río se ha quedado mudo, con la mirada puesta en el horizonte y con su triste pancarta de ‘Welcome’. Pero, en medio de la desolación y del polvo del camino, dejemos que siga hablando Fernando Rey, aquella dulce voz que oíamos en las noches de nuestra infancia: “Con esta agua van a crecer muchas cosas… las mujeres al rosario y los hombres al café. Y Villar del Río vuelve a ser lo que había sido siempre. Ahora hay sol y hay esperanza. Suena la campana, la vieja campana. ¿Oyen?”. ‘Bienvenido, Míster Marshall’ –yo nací en 1953– es la imagen de la España del mulo y la alpargata, de la posguerra y el estraperlo que le tocó vivir a nuestros padres.
“Una de las razones que me empujaron a escoger mi oficio fue la de buscar una protección a mi timidez ocultándome al otro lado de la cámara, disfrutando del anonimato que en aquel tiempo tenían los directores, eclipsados por el estrellato de los intérpretes. Seguiremos buscando en el cine la emoción de la luz y las sombras, el extravío del espejismo… perdidos en el encantamiento arrebatador de esa fábrica de sueños”, dijo Berlanga en su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando. Entre otras películas, destaca ‘El verdugo’ (1963): una crítica amarga contra la crueldad del garrote vil y la Dictadura de Franco. En ‘La escopeta nacional’ (1978), aprovecha una cacería para retratar a aquellos personajes mediocres y corruptos, de los últimos años del franquismo. También hizo ‘La vaquilla’ y estaba contento con ‘París-Tombuctú’. Pero ‘Plácido’ (1961) era su película preferida: una serie de peripecias que le ocurren a ‘Cassen’ en la Nochebuena, porque le vence una letra de su motocarro.
“Me gusta mucho la vida, y me cabrea tener que desaparecer”, decía este valenciano barroco. Pero, bueno, nos ha quedado su obra y eso es lo que importa ahora. Y de paso, una retahíla de personajes chasqueados, la mayoría de ellos desaparecidos: Pepe Isbert, Manolo Morán, López Vázquez, ‘Cassen’, Luis Escobar, Antonio Ferrandis, Agustín González, José Sazatornil y tantos otros. La entrada que hace el autobús en la plaza de Villar del Río, al comienzo de la película, es una de las más bellas secuencias que he visto y por eso merece pasar a la historia del cine. Me emociono cada vez que la veo, quizá porque me recuerde el autocar cuando llegaba a mi pueblo. En noviembre de 2007, Berlanga recibió un homenaje de la Academia del Cine, por los 55 años de ‘Bienvenido, Míster Marshall’; cuando lo entrevistaban, confesó: “Alfredo Landa dijo de mí lo que mejor me define: ‘Berlanga es un hijo de puta con ventanas a la calle, pero si me llama, siempre me tendrá a su lado’”.
Dicen que el pueblo de Villar del Río se quedó huérfano y cariacontecido, mientras sonaba la campana, la vieja campana. ¡Tam, tam, tam! Dieron treinta y tres toques sonoros y espaciosos, mientras que un labriego que estaba arando el campo se descubrió la cabeza y se santiguó. Muchas gracias, Míster Berlanga, por esos inolvidables dramas rurales donde las cosas siempre iban a peor, mientras nos partíamos de risa.