«Mi patria es mi infancia». Así lo expresó un sabio y yo hago mía esta frase. Mi infancia fue feliz y me siento orgulloso de haberla vivido en Salobreña. Por ello he querido rescatar la Salobreña de antaño, la que guardo en mis recuerdos, en mi corazón y que me gustaría compartir con mis nietos para el día de mañana.
¡Hola «Jovenzuelos»! los que ya tenemos cerca de las 60 primaveras (con algún otoño). Con este batiburrillo de recuerdos me han venido a la memoria infinidad de cosas y anécdotas, me identifico plenamente con todos y cada uno de vosotros. Sin ir más lejos hoy en día los críos no saben ni que pedirle a los Reyes Magos, antes, me acuerdo que en la carta a los reyes les pedía, año tras año la famosa bicicleta, que nunca llegaba, en su lugar era un jersey o una camiseta interior para no pasar frío, no existían las calefacciones; eso sí había unos braseros estupendos que además de calentarte te pintaban las piernas de «cabrillas”.
Y si algún día, caían en nuestras manos, 1 peseta o tan solo unas perras gordas (10 céntimos), corrías a la tienda de Paquito Franco y sacabas esas bolas de colores tan ricas que tenía en la máquina de la puerta y que te tintaban la boca. Cuando ya tenías una peseta te comprabas el famoso chicle Bazoca, os acordáis quedaba la boca que no podías ni cerrarla, no llevaba envoltorio, lo cogían con la mano y a la boca y nadie se ha muerto ni contaminado.
Estos folios están dedicados a las personas que no sólo son de los 50, sino también los de los 60 ó 70. La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir. Fuimos la generación de la «espera»; nos pasamos nuestra infancia y juventud esperando. |
Estos folios están dedicados a las personas que no sólo son de los 50, sino también los de los 60 ó 70. La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir. Fuimos la generación de la «espera»; nos pasamos nuestra infancia y juventud esperando.
Teníamos que hacer dos horas de digestión para no morirnos en el agua, dos horas de siesta para poder descansar, nos dejaban en ayunas toda la mañana y los dolores se curaban esperando; para poner una conferencia de teléfono, tenías que esperar, para dar una noticia estaban los telegramas y había que esperar a Manolico, el cartero; si ibas a comulgar los domingos tenías que estar sin comer desde el día anterior.
Mirando atrás, es difícil creer que estemos vivos, nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad y sin airbag, hacíamos viajes de cinco horas, con cinco personas en un Seat 850 rojo que tenía mi padre y al que con el tiempo le pusimos de nombre “Manolito”.
Veraneábamos durante tres meses seguidos, y pasábamos horas en la playa sin crema de protección solar, sin sombrilla y sin toalla, te tirabas en los chinorros y te secabas a la buena de Dios. No había duchas, todo el día con el salitre en el cuerpo y con los ‘chambaos’ de María y el de Teresa.
Tuvimos libertad, fracaso, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello. No te extrañe que ahora los niños salgan gili… Si tú eres de los de antes, podrás entender todo lo que digo. No os quepa duda, éramos más pobres, pero éramos más felices, pues sabíamos disfrutar de esas pequeñas cosas gratuitas que nos rodeaban.
Continuará, el domingo que viene seguimos…
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