Los últimos episodios ocurridos a raíz de los desahucios han puesto de manifiesto el drama personal y social que padecen sectores cada vez más amplios. Los recortes en atención e inversión pública afectan especialmente a los segmentos más débiles, pero cada vez más nos tocan a todos. Somos muchas las personas que, de un modo u otro, nos sentimos amenazados por la posibilidad de perder aquello que tenemos. La inseguridad, el miedo, nos atenaza y nos impide dar un paso al frente para decir basta a los abusos y agresiones contra nuestros derechos.
La crisis es, en buena medida, una excusa y una estrategia para reorganizar nuestra forma de organización y relación social. Es un proceso que comenzó hace tiempo y que tiene como objetivo final la libertad absoluta de los mercados para actuar, no en función del interés general y el bien común, sino en su propio beneficio. Todo, todos, somos mercancía: desde nuestra fuerza de trabajo hasta los servicios básicos que garantizan nuestros derechos más fundamentales, aquello que considerábamos intocable; aquello que pensábamos que no se atreverían a quitarnos y que vemos como comienza a peligrar en las garras y avaricia de unos mercados que parecen no saciarse nunca.
La crisis actual ha puesto de manifiesto buena parte de las contradicciones de nuestra sociedad, de un sistema de derechos que se muestra incompatible con el funcionamiento de los mercados porque están fuera de la lógica del máximo beneficio económico. Una amplia mayoría se ha dado cuenta. Situaciones como el sometimiento de la clase política, nuestros representantes, a los dictados de esos mercados y sus exigencias, por encima del bien común y de los derechos fundamentales, han mostrado bien a las claras cuáles son las prioridades y dónde están los centros de decisión y poder.
Estas contradicciones han puesto a su vez de manifiesto que vivimos en una plutocracia y que se gobierna fundamentalmente para los ricos. La política ha quedado así cautiva de una economía al servicio de los mercados controlados por aquellos que se benefician directamente de ellos. Hace ya tiempo que sabemos que el beneficio de unos pocos no traerá como resultado el desarrollo y bienestar de la mayoría. Trae precisamente eso, el beneficio de unos pocos. Los demás no somos necesarios. A lo sumo seremos útiles en la medida en la que contribuyamos al beneficio de esos pocos, pero siempre fácilmente prescindibles y reemplazables como trabajadores, ahorradores, votantes e incluso como consumidores.
Recurrir en este contexto a los Derechos Humanos se hace por tanto cada vez más perentorio. La educación, la sanidad, el trabajo, la alimentación, la cultura, no son un lujo. Son un derecho. Es necesario, más necesario que nunca, gritarlo con fuerza: tenemos derecho, y tenemos derecho a exigir, denunciar y defendernos. Siempre hemos interpretado los Derechos Humanos como herramientas de trabajo por la dignidad. Debemos apropiarnos de esta idea y defender su cumplimiento. Insistimos, los derechos, comenzando por los Derechos Humanos, son conquistas históricas, conseguidas mediante el esfuerzo colectivo de generaciones de personas.
Pero la contestación está encontrando cada vez más trabas con el inicio de recortes a los derechos y libertades políticas y civiles, a veces de manera muy sutil, otras bien a las claras. Las multas y sanciones, la denegación de permisos, los controles policiales, las trabas administrativas o las campañas políticas y mediáticas de desprestigio de las movilizaciones sociales, intentan cada vez de manera más agresiva frenar el impulso en defensa de nuestros derechos.
Esto sin embargo, no nos debe llevar al desánimo ni a la paralización, sino a adoptar una actitud activa y esperanzadora. Todos, todas juntas podemos, uniendo fuerzas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un buen instrumento y un elemento aglutinador que tiene un enorme potencial liberador y de movilización con una perspectiva utópica.
Defender los Derechos Humanos es hoy, como lo ha sido siempre, defender los derechos de todos, pero especialmente de quienes más los necesitan, frente a los privilegios de unos pocos. El aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos recuerda, precisamente, la importancia de su defensa.
(*) José María Martín Civantos. Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.
Enlaces de interés:
– Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía
– ATTAC España, Justicia económica global
– Rebelión
– Página web de Juan López Torres (Ganas de escribir)
– Pijus Economicus (Alberto Garzón Espinosa)