Antonio Luis Gallardo: «Tengo el corazón partío»

 

Siempre se dijo que para abrir nuevos caminos hay que inventar, experimentar, crecer, correr riesgos, romper las reglas, equivocarse y por supuesto divertirse. Con la edad y al cumplir años te llega la confianza que siempre te faltó, me encanta tener esta edad, confío en mí mismo y sé muy bien quien soy, de ahí que ahora pueda decir que tengo el corazón partío.

En Salobreña nací, crecí y viví hasta cumplir los 21 años y el resto de mi vida lo he pasado aquí en Granada, salvo el intermedio de un año en Almería. De ahí que mis sentimientos siempre vayan parejos con las dos ciudades que quiero y defiendo, Salobreña y Granada, tanto monta, monta tanto.

Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo que siento cada vez que hablo o defiendo a mi pueblo, me arruga el alma. Alguien comentó que con 20 años se tiene el rostro que Dios te ha dado, con cuarenta el rostro que te ha dado la vida y con sesenta el que realmente te mereces.

He escrito, cientos, quizás miles de relatos sobre Salobreña e igualmente me ocurre con Granada; en todos ellos va mi vida, mi más profunda querencia a estas dos ciudades que tanto me han dado y me siguen dando; tal vez en mis escritos siempre hubo olvidos que quemaban y algunas memorias que engrandecen, pero siempre, siempre he querido lo mejor para ambos ciudades.

Si existe un sitio a lo largo de la Costa Tropical dónde parece que el tiempo se haya detenido ese es Salobreña. Allí puedes pasar una jornada de playa idílica llena de paz, tranquilidad, aguas limpias y cristalinas y con un chiringuito a pie de playa de esos que no han cambiado con los años, y que se han fundido con el entorno como parte importante del mismo.

Este rincón, este pueblo mío, guarda mucho de aquella Salobreña que jamás volverá a existir, sus aguas, sus gentes, sus escasos servicios. Es todo aquello por lo que suspiramos los que hemos vivido por aquella zona los mejores momentos de nuestra vida.

Y qué decir de mi Granada, los famosos versos grabados en el muro al pie de la Torre de la Vela que expresan «que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada», ay de mi ciudad adoptiva en la que me siento siempre acogido y mecido por todos sus encantos.

Granada, tierra soñada por mí, mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti. Noches de farra, paseos a la luz de la luna, ese rumor del agua que baja por la cuesta y ese olor a jazmines, yerbabuena y geranios, me transportan a mi adolescencia en esta bendita ciudad.

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