Ángeles Sánchez Martínez: «Preso mi cuerpo, libre mi alma»

 

PRESO MI CUERPO, LIBRE MI ALMA

Ángeles Sánchez Martínez

Primer Premio, ex aequo – 2006

  La cárcel me ha salvado muchas veces la vida, si no estuviera aquí yo estaría muerta, como la mayoría de mis amigos. Tengo 34 años y llevo casi toda mi vida encerrada. Aquí he aprendido muchas cosas, malas pero también buenas.
  Desde que tengo 17 años, aún no he pasado ni una Navidad en la calle, las he pasado aquí dentro. Son tristes para otras personas, pero para mí son felices, las paso al menos con mis amigas, con el amor de mi vida y con mis dos amiguitos alados. En la calle las pocas que he pasado sí que han sido tristes para mí, sola, sentada en un escalón muerta de frío, porque no tenía casa, sola, porque mi ex marido se fue a comer con su familia; mirando a través de las ventanas como se reunían todas las familias, se abrazaban…se divertían…comían…bebían…y a mí las lágrimas no me dejaban ver: Fue la Navidad más amarga de mi vida y como esa fueron todas.
 

Cuando entré presa di gracias a Dios. En la calle iba a morir, si no era por la droga, era por el frío y si no por las palizas que mi ex me daba cuando estaba ciego de pastillas y de alcohol. La cárcel me protegió de todo lo malo de la calle, aquí no tenía frío, no estaba sola y lo mejor es que ya no tenía que aguantar palizas, ni podía drogarme.

Yo siempre he deseado enamorarme, tener una casita, encargarme de mi marido, tener un trabajo y tener un bonito y deseado bebe, será porque la vida me negó todo esto.

En fin, como me gustaba mucho aprender, empecé a ocupar todo el tiempo libre que aquí tenía, dediqué mi tiempo y mi esfuerzo, empecé haciendo cursos de todo tipo, Psicología, azulejos, costura, pintura, me saqué mi Graduado Escolar, aprendí mucho. También aprendí otras cosas que tiene la vida, empecé a valorarme a mí misma, para poder valorar y respetar a los demás. Aprendí lo que era una verdadera amistad, a conocer y amar a los animales y a la naturaleza, aprendí mucha psicología porque siempre me ha gustado mucho observar, aprendí a escuchar a los demás, me eduqué a mi misma y ahora soy algo más culta porque siempre me ha encantado leer y escribir, libros de todas clases y de todos los temas. Pero lo mejor que me ha pasado aquí dentro ha sido enamorarme, y eso no es cierto de “Amor taleguero, amor pasajero” (que va). Si bien es cierto que aquí necesitamos cariño, porque estamos a falta de él, no es mi caso puesto que yo he llevado mucho tiempo sola, no he comunicado con nadie y no era porque no tuviera oportunidad si no porque, en ese tiempo aún no me llenaba nadie; hasta que conocí al hombre, más bueno, más bonito, más compresivo y detallista.

Nunca he conocido a nadie igual, sólo hombres que me llevaban a la droga y a la delincuencia. Sin embargo aquí en prisión he conocido mejores personas que en la calle, pues hombre como él no he conocido. Los hombres que he querido, se han aprovechado de ese querer y me han obligaron a hacer muchas cosas. Primero empezaban con los chantajes emocionales(o lo haces o es que no me quieres). Luego venían las palizas, y se aprovechaban que yo no tenía a dónde ir para tratarme peor que a un animal y así no volví a confiar en ninguno más hasta que conocí a David y poco a poco con su dulzura y compresión me fue quitando la coraza y entró en mi corazón y en mi alma como nunca nadie había entrado, lo quiero.

  Aunque parezca extraño tengo que agradecer a la cárcel muchas cosas, y es increíble lo que voy a decir pero así lo siento: he tenido aquí momentos malos, pero no tan malos como en la calle. Aquí encontré la felicidad que la vida me negó desde que nací. Aquí me han dado más amor cariño y apoyo que en toda mi vida. El apoyo de mis maestros, el cariño de mis compañeras, la ternura de mis pajaritos y el amor de un hombre que me hace ser la mujer más feliz de la tierra.
  

 Y…¿qué esperaría en la calle sin pareja? Un futuro incierto, después de tantos años aquí, me siento segura, me he adaptado tanto a estar en prisión que me da miedo salir y sentir el rechazo de la sociedad y volver a caer de nuevo en la droga, por el miedo a la soledad y porque ya no quedan fuerzas para seguir luchando, eso no lo quiero yo, yo quiero casarme y tener mi niño, mi casa, mi trabajo…..

 Sueño con esperar a mi marido y cuidarlo,  mimarlo. Sueño con despertar y verlo a mi lado…sueño con pasar la noche abrazada a él y sentirme cerca, sentir que me protege y que a alguien  importo y me quiere: deseo tener recuerdos bonitos de la calle , deseo parar una Navidad al lado de la persona que amo.
  Ahora miro atrás y ¿qué recuerdo tengo?, ¿de la calle? Muy poco y malo. ¿De mi infancia? Fue un infierno. Los recuerdos más bonitos que tengo los rodean cuatro paredes, pues he vivido más en la cárcel que en la calle.

 Cuando no tenía a mi pareja, yo no anhelaba la libertad como otras personas: ya no estoy acostumbrada a vivir fuera de aquí, aquí he construido mi vida.

 Aunque haya estado dentro toda mi vida, yo siempre he sido libre no físicamente, sino libre con mi alma y mi pensamiento. Mi mente siempre ha volado muy alto, tan alto que he imaginado cosas que nadie ha alcanzado aún. Hay dos clases de libertad, la física, y la del alma. Yo prefiero la del alma, porque ¿para qué quieres la física si tu alma por una cosa u otra está presa? Es preferible que tu cuerpo esté preso, pero que tu alma vuele libre.

A ella no la podrán atrapar si tú no quieres. Así se llega muy lejos y comprendes mejor lo que es la vida, hay muchas clases de maneras de vivir. Ahora con David sí quiero salir, pero por él. Él me da seguridad y sé que con él nada malo va a pasarme.
 

Ángeles Sánchez Martínez.
Módulo 9.

 

Otros textos premiados:

Rocío Marchante Camas: «Regálame una sonrisa»  (2012)

Antonia Álvarez Jiménez: «Y de nuevo… mañana será un nuevo día para empezar a vivir» (2006)

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