¡Ay, Salobreña de mis amores, con estos calores de mayo, vienen a mi memoria días de tu vega fértil, vega tupida y espesa pintada toda de verde. Ya se acerca el final de la época de la zafra, de la monda y de la caña, pero todo son ausencias!
Desde la azotea de mi casa se divisa el horizonte de la verde vega y las altas chimeneas de las fábricas sin humo, todo se ha vuelto nostalgia y recuerdos de infancia junto a la caña de azúcar. Niños corriendo detrás el acarreto y tratando de sacar una caña para chupar sentados en un escalón en la Pontanilla. No sé bien qué habrá pasado, pero hasta el aire huele a dulce y me trae recuerdos imborrables. Las fábricas a tope, familias enteras que se desplazan con sus aperos y animales para trabajar duro, muy duro y poder llevar un jornal a su casa. Las tiendas de Santiago Romera, Teresa Montes y Pepe Hernández, no paran de apuntar en la libreta la harina, los garbanzos y el aceite que se han llevado, pagarán al final de la campaña, son buenas gentes, muy buenas.
En estos días antes del comienzo de la monda, ataviaban los burros y mulos con aparejos de gala, con colgantes de flecos de varios colores y cencerros enormes en el cuello, era el cabeza de cada “acarreto”, como así llamaban a las hileras de bestias. Todos en fila calle Cristo arriba hasta llegar a la Fabriquilla con su preciado cargamento. Recuerdo el verdor de la vega al divisarla, frecuentemente desde el Puente del Río, era una visión única de aquel manto verde, gigantesco que cubría todo. Mi familia entera trabajó en la caña, mi abuelo Luis, mi tío Modesto, mi tío Eduardo, mi tío Antonio y mi tía Mari, todos ellos dieron sudor y lágrimas.
Ya no hay cañas, ya no hay niños corriendo, ya no hay vega. Salobreña llora lágrimas de ron y azúcar camino de Lobres para ver el final y yo lloro en mi mesa recordando nostalgia pasada… ¡ay, de mi caña de azúcar!