Según el diccionario de la RAE, el castellano permite llamar tonto a alguien hasta de 150 formas diferentes. En la Comunidad andaluza, ‘tontopollas’ y ‘apollardao’ destacan como improperios propios de la Comunidad.
Si te enfadas con tu vecino puedes zanjar la bronca llamándole tonto. Pero si rebuscas en el diccionario encontrarás hasta 150 formas diferentes de decirle lo mismo: zoquete, cazurro, besugo, gaznápiro. Es la ventaja de usar el castellano, una lengua tan rica que ofrece mil formas de ofender al prójimo.
Ahora bien, no todo el monte es orégano, hay que saber decirlos y tener en cuenta muchos matices, no es lo mismo decir ”qué cabrón”, casi con admiración, cuando un amigo cuenta que la noche anterior se llevó a la chica más guapa de la fiesta, que decir “¡qué cabrón!” cuando cuenta que en realidad era tu novia.
Cada provincia y Comunidad Autónoma tiene algunos insultos propios, que diferencian los improperios de la región de las demás, destacando y estableciéndolos como “únicos”.
De esta forma, en Andalucía, por ejemplo, son habituales ‘tontopollas’ (el más usado, parecido a “tondo del haba”) y “apollardao” (como abobado). Además, en Andalucía el término “pollardear” (equivalente a “hacer el tonto”) también es muy utilizado.
Yo pienso que ya no se ofende como antes. Ahora es diferente. Es un insulto más zafio y menos inteligente. Se intenta ser lo más bruto posible. |
Yo pienso que ya no se ofende como antes. Ahora es diferente. Es un insulto más zafio y menos inteligente. Se intenta ser lo más bruto posible. La lengua española se caracteriza por la variedad y enjundia del léxico ofensivo y por su gracia y viveza. El insulto castellano es directo y rápido, audaz, como un tiro, tenemos calificativos para todo tipo de conducta miserable, mezquina y deshonrosa.
La pobreza de vocabulario que afecta a un buen número de hispano hablantes queda patente también al insultar. En España se abusa de voces como «gilipollas» o «hijo (de) puta».
Por eso, para no caer en «el insulto único», el humorista Forges propone en el prefacio de uno de sus libros remozar la jerga, y con su habitual ingenio sugiere improperios como «putiliendre», «jilimuermo», «tertuliano», «poliputo», «concejal de urbanismo», «banquero», «cabronoide», «gorronáceo» y «‘pota’voz parlamentario».
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