Los retos tecnológicos, el avance de la ciencia, de las comunicaciones y el intenso intercambio global de bienes de consumo y equipo, responden fundamentalmente a las razones de competencia, competitividad y ganancia; es decir, producir al más bajo coste, en el menor tiempo y con el mayor beneficio posible. Por ello, las grandes y medianas empresas, cada día más, han requerido unos responsables con un alto grado de especialización técnica y de conocimientos, acompañados de un carácter fuerte, autoritario, exigente y frecuentemente con poca consideración con los empleados. Pero, últimamente, parece que las cosas comienzan a cambiar. En las empresas multinacionales, en el ámbito corporativo y sobre todo en las capas de gestión, cobra cada vez mayor importancia las denominadas “soft skills” (habilidades suaves), requeridas para sus dirigentes: iniciativa, empatía, capacidad de trabajo en equipo, comunicación y muy particularmente la motivación.
Si esta tendencia se abre camino, es posible que las relaciones laborales adquieran un cambio significativo, que buena falta nos hace. Cierto que el horario, las condiciones de trabajo y la remuneración del mismo, constituyen los requisitos principales para el desarrollo profesional y la satisfacción de los trabajadores; pero el respeto, el trato y la relación personal que se establece entre jefes y subordinados es fundamental. Los funcionarios, los empleados, los trabajadores, los ciudadanos en general, disculpan antes estar mal pagados, que estar mal tratados. En el trato que deparamos a los demás, especialmente a los que están por debajo de nosotros, es donde mejor se refleja el estilo, la ética y la moral de cada persona. Así las cosas, a los nuevos directivos se les exigirán un elevado grado de liderazgo: conocimiento teórico y práctico del negocio, decisión para superar dificultades, iniciativa para el emprendimiento, habilidades para el diálogo y el entendimiento, trato cordial con todos los empleados, capacidad para motivarlos por su trabajo y por su empresa, etc.
La motivación es una fuente de inspiración y de interés que, desde nuestro interior, emana acciones positivas de afecto, de aprendizaje, de comunicación, de esfuerzo, de trabajo, de expresión, de creación, de satisfacción, etc. Está vinculada con los deseos, con las metas que pretendemos alcanzar, con el logro de objetivos, etc. Impulsa mágicamente los hilos de la vida humana, si bien es el intelecto quien marca la dirección y la conciencia la que establece los límites. Su función en la educación y en la enseñanza es primordial, pues constituye el primer requisito para que todo estudiante aprenda y se forme, como sostiene la teoría constructivista del aprendizaje. Por muy buen profesor que se sea, por muchos esfuerzos que se hagan, por muy buenos recursos que empleemos, etc. si el alumno no está motivado, si no tiene interés, si no colabora, si no participa en su proceso de aprendizaje, no hay absolutamente nada que hacer, no se pude avanzar en ningún sentido. Todos los buenos profesionales están muy motivados por su trabajo, pero los profesores lo hemos de estar mucho más, para así poder motivar a nuestros alumnos, elevar su autoestima, despertarles interés, fomentar su curiosidad intelectual, convencerlos de sus posibilidades, de las bondades de la ciencia, de la importancia de la formación, de la necesidad de los valores, etc.
La motivación es una variable vital que debemos usar como antídoto contra el desánimo, el desaliento, la desesperación o la injusticia. |
Pero siendo, como hemos dicho, una fuerza interior, también existe otra motivación externa o exterior, la que nos proporciona o nos niega nuestro entorno circundante. Ambas interactúan juntas, suman y restan, crean sinergia; de ahí la importancia del contexto, del lugar donde vivimos, de las personas con las que convivimos, trabajamos o nos relacionamos, y también de las creencias y de los criterios por los que actuamos. No nos podemos dejar arrastrar por la apatía, la comodidad o la indiferencia; tampoco por las redes sociales, la telebasura y el consumismo, y mucho menos por falsas ideologías, que sólo tienen fachada, contenido banal y exhibicionismo. Es probable, especialmente en los jóvenes, que no encuentren un puesto de trabajo, que pierdan el que ya tienen, que no se cumplan sus contratos o que ocurran cosas peores; pero lo que no nos pueden quitar son las ganas de vivir, de amar, de compartir, de emocionarnos, de relacionarnos y de disfrutar con tantas y tantas cordialidades que nos rodean. Persiste y olvida, resiste y diviértete, recurre a tu interior, no bajes la guardia, no colabores en tu marginación.
La motivación es una variable vital que debemos usar como antídoto contra el desánimo, el desaliento, la desesperación o la injusticia; pero depende fundamentalmente de cada uno de nosotros. Hay que cultivarla y aumentarla, para recuperar confianza en nosotros mismos, darle alegría y sentido a la vida y a nuestra relación con los demás. Todas las personas contamos con el recurso de la motivación, o, al menos, con un punto de partida para alcanzarla. La magia de la motivación, estriba en su discreta y proverbial potencia: ayuda a sobreponerse a las situaciones más adversas, a superar toda clase de obstáculos, a trabajar con satisfacción, a saber ser y a saber estar. La motivación es esencialmente convicción, fe y esperanza: si supiera que mañana se acaba el mundo, yo, hoy todavía, plantaría un árbol. Martin Luther King.
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