«Soy granadino, maestro, filólogo, editor, gerente teatral, chapucero muchas veces…, he cursado todos los niveles educativos en esta ciudad, he desarrollado aquí igualmente mi actividad laboral y creía estar bastante relacionado, al menos así me lo parecía, con esta urbe, con sus gentes, con su historia sustancial, con su cultura, con algunos referentes significativos de sus hitos fundamentales, de sus centros de interés más peculiares… todo lo que ud. quiera, sin embargo, ha debido darse la feliz circunstancia de acudir a la presentación de un número de una revista granadina para enterarme, avergonzado (y no podía mirar a los lados porque estaba en la primera fila) que Julio Casares, el eminente lingüista, diplomático, lexicógrafo, académico…, autor del célebre ‘Diccionario ideológico de la Lengua Española’ es granadino; y está claro que el silencio del origen de uno de los más brillantes, excelsos e inconmensurables hijos de nuestra Granada, por injusto y por nocivo no puede continuar. Por mí, que se premien a quienes lo sabían porque otros bien oculto lo han tenido y todos ahora lo vamos a divulgar».
En la cita paradigmática, que se suele asociar a nuestro autor, que nos informa del carácter sencillo del sabio granadino, constriñendo al máximo su contenido de filólogo, lexicógrafo, diplomático, violinista, crítico literario y miembro de la Real Academia Española: «…Lo que quede de mis trabajos no tendrá nunca importancia suficiente para que las gentes pierdan el tiempo en enterarse de cómo era Julio Casares, si es que se acuerdan de mi nombre», no pudo sospechar, sin embargo, que ni una cosa ni otra, que lo que se desconocía en su tierra por encima de todo, lo que parecía evitarse, lo que no se ofrecía, era su procedencia, su naturaleza, su origen, la oportunidad de rememorar y dar a conocer la vida y obra de uno de los granadinos más ilustres, y a la vez menos conocidos en su tierra natal, que no es mala la forma de silenciar. Y así seguimos.
Me ha llegado al alma este desconocimiento propio y ajeno de cuál fuera el lugar de nacimiento del autor del ‘Diccionario ideológico’, el Casares, pese a tenerlo al alcance en mi estudio y descubrir este nacimiento, como decía, en la presentación del nº 7 de la revista ‘Alhóndiga’ en el Museo Casa de los Tiros en que intervinieron ilustres expertos junto a la directora de la revista, Ana Sánchez Álvarez y Eduardo Sierra Casares, nieto del Filólogo, Lexicólogo y Secretario perpetuo de la Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Julio Casares Sánchez. ‘Alhóndiga’ se confiesa una publicación de Granada muy cuidada, que trabaja para difundir entre la ciudadanía (preferiría, los ciudadanos) la riqueza histórica, cultural y profesional de Granada a través de sus gentes. Es una publicación de Granada para Granada.
“El resto de nuestra energía ha de concentrarse en anunciar, como trompeta a los cuatro vientos, lo que estaba oculto o velado, no sabemos por qué: el origen, la cuna, la procedencia de nuestro sabio, Julio Casares, que pregonaremos y proclamaremos, orgullosos”. |
Unas breves notas sobre la inmensidad intelectual de nuestro paisano como lingüista y académico quiero dejar. Junto a lo dicho, también sobresalió Julio Casares (Granada, 1878 – Madrid, 1964) como crítico literario y traductor; cursó estudios de Derecho, compaginados con clases de violín y lenguas modernas. Ya, en esta línea, a los 9 años dio su primer concierto de violín en público en el Teatro Principal de Granada y fue denominado “niño prodigio”. Precisamente será el deseo de explotar las cualidades de su hijo lo que animará a los padres de Casares a trasladarse a Madrid en los últimos meses de 1892.
En 1896 comenzó su carrera diplomática y obtuvo una plaza, por oposición, en el Ministerio de Estado. Destinado en París, aprendió japonés en la Escuela Superior de Lenguas Orientales; dos años más tarde se estableció en Japón, en donde completó sus estudios. Consiguió una plaza de traductor de lenguas escandinavas en la Oficina de Interpretación de Lenguas del Ministerio de Estado, en donde poco después (1915) ascendió a jefe de Interpretación de Lenguas, puesto que ocupó hasta su jubilación en 1947. Fue delegado español en la Sociedad de Naciones de Ginebra. Según se recoge en la biografía publicada en su web oficial, estaba acreditado «su conocimiento y dominio de hasta 18 idiomas».
Su pasión por las lenguas lo llevó a interesarse por la lexicografía. Publicó dos diccionarios bilingües de francés y en 1942 apareció su obra más conocida: la primera edición del ‘Diccionario ideológico’, obra en la que «por primera vez la totalidad del vocabulario español aparecía como un cosmos ordenado, a disposición de quienes quieran indagar su ordenación interna, su peculiar estructura, su forma interior. Considerado un académico muy activo, dirigió tres ediciones del `Diccionario´, revisó la segunda edición del ‘Diccionario manual’, se ocupó de las ‘Nuevas normas de prosodia y ortografía’, dirigió el Seminario de Lexicografía, coordinó el ‘Diccionario histórico de la lengua española’ y fue miembro de la Comisión de Gramática. Además, acercó la labor de la Academia al público con sus artículos en ABC, aparecidos a lo largo de cinco años, el último en 1964.
El resto de nuestra energía ha de concentrarse en anunciar, como trompeta a los cuatro vientos, lo que estaba oculto o velado, no sabemos por qué: el origen, la cuna, la procedencia de nuestro sabio, Julio Casares, que pregonaremos y proclamaremos, orgullosos. Le inquiriremos:
– Y vuestra merced, ¿dónde camina?
–Yo, señor -respondió el caballero-, voy a Granada, que es mi patria. -¡Y buena patria! –replicó don Quijote-.
Antonio Ubago
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