Jubilaciones en el IES Padre Manjón 02/02/2018 FOTO: ANTONIO ARENAS

Merecido homenaje a los últimos jubilados del IES Padre Manjón

Doce profesores del IES Padre Manjón han abandonado las aulas para disfrutar de una ‘jubilosa jubilación’. Con tal motivo se organizó un acto presidido por el delegado de Educación, Germán González y el director del Centro, Rafael Artacho. Como coordinadora del evento estuvo la profesora Matilde Wood. Los profesores homenajeados fueron Pepe Martín, Matilde Martínez, Carlos Vílchez, Francisca Polo, Ramón Avilés, Loli López, Diego Navarrete, Paco Contreras, Margarita Bago, Juan Resola, Ana Carmona y Manolo Martínez.  Reproducimos a continuación las palabras del director del centro, y de los profesores Francisca Polo y Manolo Vela.

INTERVENCIÓN DEL DIRECTOR DEL CENTRO, RAFAEL ARTACHO

Buenas tardes:

Sr. Delegado, queridos compañeros, padres, alumnos, personal de administración y servicios, familiares, amigos todos.

En primer lugar, quiero agradecer la presencia de D. Germán González, Delegado Territorial de la Consejería de Educación, y la asistencia de todos los presentes a este acto en el que celebramos la jubilación de los compañeros: Pepe Martín, Matilde Martínez, Carlos Vílchez, Francisca Polo, Ramón Avilés, Loli López, Diego Navarrete, Paco Contreras, Margarita Bago, Juan Resola, Ana Carmona, Manolo Martínez.

Pretender resumir aquí la dilatada vida profesional de todos y cada uno de ellos es algo que se me antoja muy difícil e imposible. Pero de una cosa si estoy seguro, algo que tenéis en común: desde el primer momento, empezasteis con la mayor de las ilusiones, con las mejores ganas de poder contribuir a la formación y educación de todos los jóvenes, que a lo largo de estos años han tenido la fortuna de contar con vuestros consejos, vuestras enseñanzas.

Ellos, y vuestras familias, saben, mejor que nadie, de vuestros esfuerzos, de vuestra dedicación para procurarles un mundo mejor, de más libertad, más justo y más solidario.
¡Cuántas horas! ¡Cuántos días! En la preparación de las clases, en la elaboración de materiales, en la corrección de exámenes, en la formación, en atender a los alumnos, a las familias. Tened por seguro que nada de eso ha sido en vano.

Me consta que, de una manera u otra, habéis quedado en la memoria de todos, porque, como decía Borges, “la memoria es lo que somos”.
Y es la memoria, la que no podemos perder nunca. La que permite que evolucionemos sin perder de vista de donde venimos.
Y después de muchas vicisitudes, de experiencias vividas en diferentes partes de nuestra geografía, decidisteis, como todos los que aquí nos encontramos, poder compartir toda vuestra experiencia, vuestro buen hacer, en este centro.

Este centro, el I.E.S. Padre Manjón, que es referente en la ciudad donde estamos, es fruto del trabajo y esfuerzo de todos y cada uno los que han pasado y pasan por sus aulas, y a ello, como no, habéis contribuido vosotros.

Pienso que los que estamos aquí, y otros que sin estar estoy seguro que también, creemos en la educación pública, en una educación que contribuya a mejorar este país, cada vez más necesitado de las aportaciones de todos y cada uno de los ciudadanos que lo formamos.

Y me pregunto: ¿Puede una sociedad permitirse malgastar tanta experiencia acumulada?

Me incorporé a este centro hace ahora nueve años, el otro día contaba los compañeros que aún permanecen desde entonces: solo quince, que pronto, y antes de que finalice el curso, van a ser menos.

No estamos en condiciones de desaprovechar todo lo que atesoráis. Por eso reclamo que se provean estímulos para que nadie se vea empujado a abandonar esta profesión de la manera tan precipitada en la que se está produciendo.

En eso, las autoridades educativas deberían realizar todos los esfuerzos para contribuir a la permanencia de tantas personas en el sistema educativo.
Para finalizar, y como decía Joyce en “Ulises”: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”.

Quiero dedicaros la oda que Pablo Neruda dedicó al día más feliz, que espero sea el vuestro:

Esta vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy
feliz.

Muchas gracias y feliz jubilación

Rafael Artacho

  PALABRAS DE FRANCISCA POLO GARCÍA

Buenas noches.

Quiero agradeceros a todos (Sr. delegado, directivos, compañeros, familiares, amigos) vuestra compañía, en representación de los compañeros jubilados, y especialmente, de los que hemos trabajado en el nocturno del IES Padre Manjón. Porque aunque el nocturno es como Teruel, casi todos los hoy jubilados hemos transitado total o parcialmente por él, tres de nosotros, además, hemos compartido el ejercicio de la jefatura de estudios.

También quiero expresar el privilegio que ha supuesto para todos nosotros haber pertenecido a este instituto que mucho más allá que un centro de trabajo, nos ha reportado un entorno de convivencia y enriquecimiento mutuo permanente. Todos somos testigos, como también lo fueron los jubilados que nos precedieron, del entrañable vínculo que la pertenencia a este club manjoniano ha establecido entre las diversas generaciones que durante los ya más de 50 años de vida del centro han ido rotando. Tengo la convicción de que así seguirá en el futuro.

Especial satisfacción nos ha producido, a lo largo de los años, ver cómo algunos alumnos del nocturno, que acudían con esfuerzo tras una jornada laboral, y después de un largo paréntesis en los estudios, conseguían superar el bachillerato y acceder a la universidad, igual que la que nos proporcionaba que nuestros alumnos de Administración, fueran valorados por su preparación y consiguieran contratos de trabajo con las empresas en las que realizaban las prácticas.

Por fin, tras un largo periplo laboral, y hallándonos en la flor de la vida, hemos considerado oportuno cambiar de rumbo con la convicción de que será para mejor. Nos jubilamos. Y para ilustrar lo acertado de esta determinación, me voy a servir de una breve cita de la obra titulada: la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas. Del Padre Isla.

Comienza la obra situando el nacimiento del protagonista, Fray Gerundio, en esta localidad leonesa y dice así:

No es Campazas ciertamente de las poblaciones más nombradas, ni tampoco de las más pobladas de Castilla la Vieja, pero pudiera haberlo sido. No es culpa suya que no sea tan grande como Madrid, París o Londres, siendo cosa averiguada que por cualquiera de los cuatro puntos cardinales pudiera extenderse hasta diez y doce leguas, sin embarazo alguno. Y si, como sus fundadores se contentaron con levantar en ella veinte o treinta chozas, hubieran querido edificar doscientos mil palacios con sus torres, plazas, y otros edificios públicos, sin duda sería hoy la mayor ciudad del mundo.

Bien sé lo que dice cierto crítico moderno, que esto no pudiera ser, porque a una legua de distancia corre el río grande, y era preciso que por esta parte se cortase la población. Pero, ¿qué inconveniente tendría que corriese el río grande por medio de la ciudad de Campazas, dividiéndola en dos mitades, como lo hace el Támesis con Londres o el Sena en París, sin que por esto pierdan nada estas ciudades?

Pero al fin los ilustres fundadores de Campazas no se quisieron meter en estos dibujos y se contentaron con levantar en aquel sitio como hasta unas treinta chozas con sus cobertizos, que hacen de este punto el más delicioso del mundo.

Acaba la cita. Decir que hoy Campazas tiene, según Google, 146 habitantes.

Pues bien, este grupo de jubilados del que me congratulo de formar parte tiene fiel paralelismo con los fundadores de Campazas. Porque nos bastamos en número, variedad de materias y sabiduría para sorprender al mundo. Podríamos cruzar en barcazas el río Genil y establecer en el Parque Tecnológico el mayor emporio universitario del que jamás se habló: La Universidad Padre Manjón. Pero la experiencia y sabiduría acumuladas, nos llevan, con los fundadores de Campazas, a preferir la vida retirada y sencilla frente a las glorias palaciegas.

Ya Fray Luis de León, al que podríamos considerar patrón de jubilados, por su oda a la vida retirada, nos adelantó la bondad que suponía huir del mundanal ruido y que sean las aves las que nos despierten con su cantar sabroso no aprendido y no los cuidados graves que acechan al que al arbitrio ajeno está atenido.

Porque, como a él,
A nosotros una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
nos basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y la paga de jubilados, para esa “mesa de amable paz bien abastada”, nos basta.

Y no es baladí esta postura, pues también Góngora se expresó en similares términos en una letrilla que compuso, y musicó, para que nos la interpretara Paco Ibáñez:

Traten otros del gobierno      
del mundo y sus monarquías,

(Se refería a directivos, jefes de
departamentos y tutores de los IES en activo)

mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,

y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.

(Estaba pensando en nosotros, los jubilados)

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
 y ríase la gente.

La reiteración de estos ejemplos se convierten en rotundo argumento de autoridad que hemos decidido seguir. Y por eso nos jubilamos siguiendo la recomendación de los tres clásicos.

Así que, compañeros jubilados, a aprender el arte de la barbacoa, evitar los sobresaltos, y a descubrir, viajando y compartiendo, los muchos secretos que la vida nos guarda.

Concluyo agradeciendo, de nuevo, vuestra compañía. Y, a los ya jubilados, deciros que nos encontraremos en Amigos del Manjón, y a los futuros, que allí os esperamos.

Muchas gracias.

Francisca Polo

DISCURSO DE DESPEDIDA EN EL HOMENAJE DE JUBILACIÓN. MANUEL MARTÍNEZ VELA

Queridos compañeros, amigos, familiares….

Quiero hablar primero en nombre de todos los compañeros y compañeras que hoy compartimos el protagonismo de este homenaje. En nombre de Ramón, Margarita, Ana, Paco, Loli, José, Matilde, Diego, Francisca, Juan y Carlos os doy las gracias a todos por estar aquí esta tarde acompañándonos y especialmente a Rafa y a Mati por sus cariñosas palabras de reconocimiento.

Hemos tenido la suerte de poder ejercer nuestro trabajo en un centro que, desde hace más de 50 años, es un referente en la formación de los jóvenes granadinos. Un centro con prestigio, de los más prestigiosos de Granada sin duda, y que además es un centro público. Quiero remarcar esto en un momento en el que lo público se ve denostado en favor de lo privado. Un centro que por su trayectoria es uno de los preferidos por las familias granadinas para educar a sus hijos, y también por los profesores para desarrollar su trabajo.

El Manjón es un sitio donde se está a gusto, donde se trabaja bien y donde los alumnos son respetuosos, cariñosos y en general responden bien. Pero el Manjón es algo más que un centro de trabajo. Se ha convertido para muchos de nosotros, o al menos para quien os habla, en algo parecido a nuestra casa. Y como tal hemos intentado contribuir a que fuera un lugar agradable y acogedor, cuidando los pequeños detalles en el día a día, esforzándonos en desarrollar nuestro trabajo lo mejor que hemos podido y poniendo de nuestra parte mucho más de lo que se nos exigía. Hemos procurado mantener una buena relación entre todos, a pesar de nuestras lógicas diferencias. Los que habéis pasado por muchos centros sabéis, porque podéis comparar, que trabajar aquí es un privilegio.

Pero no hay que idealizar, porque nadie ni nada es perfecto (el Manjón por supuesto que tampoco) pero los recuerdos que permanecerán, los que merece la pena conservar en la memoria, son los de los buenos momentos pasados en este recinto. Recordaremos siempre a los compañeros que hemos conocido, muchos de los cuales han terminado siendo amigos; los viajes y excursiones, con y sin alumnos; las comidas de Paqui y sus increíbles croquetas (un buen motivo para volver de vez en cuando). Muchos años aquí dan para recordar muchas anécdotas pero tampoco es plan de ponerse pesado, así que dejemos las nostalgias para cuando seamos mayores.

Y ahora muchos os estaréis preguntando: entonces, si el Manjón es tan maravilloso ¿por qué os vais? ¿Por qué lo dejáis? Sobre todo los que, como yo, nos hemos jubilado anticipadamente. Las respuestas son múltiples pero creo que fundamentalmente se podrían resumir en una: porque ya hemos cumplido con nuestra misión como profesores y necesitamos descansar. Pero hay más respuestas, como por ejemplo la saturación y el agobio que causa la burocracia y el papeleo inútil que cada vez nos abruma y nos ocupa más tiempo, aunque de eso no hay que culpar al instituto sino a la administración educativa que necesitaría reflexionar sobre qué hay que hacer o no hacer para motivar a los profesores y sobre todo para no desmotivar a los que ya lo están. Otra de las razones es porque queremos disponer de tiempo para hacer otras cosas que llevamos toda la vida aplazando. Y para algunos, es mi caso, hay todavía más: estamos convencidos de que es necesario dar paso a gente más joven, con nuevas energías, a esa “generación mejor formada de la historia de España” que tiene todo el derecho a poder desarrollarse profesionalmente en su país. Hay que dejar huecos para que estos jóvenes (nuestros hijos, nuestros antiguos alumnos…) encuentren alternativas a la emigración o a poner copas en los bares.

Dejamos el instituto, sí, pero con la satisfacción de haber hecho un buen trabajo y haber contribuido a formar varias generaciones de chicos y chicas que siempre recordarán con orgullo que ellos estudiaron en el Manjón. Dejamos el instituto, sí, pero no del todo, ya lo sabéis. Este sito engancha.

Aprovechando que nos acompaña el sr. Delegado, quiero trasladarle una petición a la Administración educativa a la que representa. Una petición que lógicamente no es para los que nos vamos sino para los que se quedan: Los profesores necesitamos sentirnos apoyados. Necesitamos trabajar en condiciones razonables, con menos alumnos, con menos horas de clase, con más medios. Necesitamos que se frene de una vez la dinámica de cada vez más papeles, informes, estadísticas, para los que no tenemos tiempo y que además, en muchos casos sirven para poco. Solo consiguen agobiar y crear malestar y frustración. Necesitamos que se nos reconozca nuestro trabajo y que ese reconocimiento no se quede en palabras huecas. Necesitamos que nuestros representantes apuesten en serio por la enseñanza pública, porque es de todos y es para todos.

Y ahora voy a hablar un poco sobre mí. Perdonadme la petulancia pero creo que después de 30 años aquí tenía cierto derecho a hacerlo.

En la mañana de ayer me preguntaba un compañero si recordaba el día que llegué al Manjón y ¡claro que lo recuerdo¡ Fue en septiembre de 1988. Algunos de mis nuevos compañeros, los que primero me dieron la bienvenida, fueron Manolo Reyes y Antonio Fernández Juárez, con quienes ya había coincidido unos años antes en Cogollos. Pero también me acogieron como a un hijo otros que habían sido profesores míos en el instituto de Alcalá: Juan Borrego, Carmen Sánchez-Cañete y José Luis López, que está aquí hoy con nosotros. Me costó trabajo acostumbrarme a hablarles de tú. Llamar a don Juan solo Juan era como cortarle el nombre, como si a mí me llamaran Nolo en lugar de Manolo. También recuerdo la dura experiencia de pasar de un instituto casi de juguete a un centro con más de 90 profesores y mil y pico alumnos. Estuve mucho tiempo preguntándome si había hecho bien en pedir el traslado.

Han pasado ya 30 años, como decía antes, y hoy es un día especial. Es un día en el que se mezclan, se emulsionan más bien, todas las emociones. Algunos de vosotros me habéis notado raro estos últimos días y me lo habéis comentado. Supongo que era muy difícil disimular. Esta misma mañana he estado despidiéndome de mis alumnos, de mis queridos alumnos (creo que ellos a mí también me quieren) y, ahora que no me oyen, os diré que ha sido duro. Tengo la conciencia tranquila pero he tenido que luchar con ella para no sentirme mal por dejarlos a mitad de curso. Ya sé que nadie es imprescindible pero yo tengo el defecto, o la virtud, no sé, de encariñarme con mis alumnos. Me cuesta poco empatizar con ellos y eso ha hecho que pudiera disfrutar de mi trabajo y que me haya resultado siempre fácil enseñarles todo lo que les he enseñado. Los echaré de menos. Los remordimientos también han sido y son por los amigos y compañeros que sé que a mí también me van a echar de menos.

He pasado en este Instituto la mitad de mi vida (se dice pronto) pero es un cálculo literal: 60 entre dos son 30. Hoy se acaba un ciclo de mi vida y empieza otro. Ha sido una decisión difícil pero responsable. He decidido dejar la docencia porque las condiciones laborales todavía me lo permiten, y porque lo necesito. Mientras tenga fuerzas y salud voy a intentar vivirlo y disfrutarlo lo mejor que pueda. A partir de ahora voy a disponer de todo el tiempo para desarrollar los infinitos proyectos que aún tengo pendientes. Ya casi he olvidado lo que es ir al estudio a pintar recién levantado y descansado. Cuando te pasas las mañanas en clase, aunque te guste y lo disfrutes, cuesta bastante sacar energías para enfrascarse todas las tardes en un trabajo creativo, que es mucho más duro y difícil de lo que muestran idílicamente las películas sobre artistas.

Decía antes que hoy es un día en el que se mezclan las emociones, un día donde la alegría y la tristeza, o mejor la melancolía, se entrelazan. Y entre estas emociones las que se deben a las ausencias de quienes ya se fueron. Por eso quiero terminar con un recuerdo emocionado para una compañera y amiga que me prometió que vendría a la fiesta de mi jubilación y a la que se le escapó la vida antes de poder cumplir su promesa. Teresa, esta noche brindaremos por tu recuerdo.

Manuel Martínez Vela 
Granada, 2 de febrero de 2018

 

Redacción

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