En mi contribución a “Escuela” de noviembre de 2016 (“Demandar un Pacto de Estado por la Educación”), sin querer hacer de aguafiestas, alertaba entre lo que se podía y se debía razonablemente esperar. Con el abandono de la Subcomisión hace dos semanas del PSOE y Podemos, posteriormente de ERC (y a punto de hacerlo el PNV), la esperanza por el pacto se ha esfumado en el horizonte.
La Subcomisión se ha desmoronado, descabezada con solo dos partidos sin mayoría absoluta, imposibilitada para llegar a acuerdos válidos. Los que hemos seguido de cerca los trabajos e incluso hemos participado en una comparecencia previa vimos que no tenía mucho recorrido. Es verdad que la debilidad interna de la LOMCE (una ley tan mal hecha) y su rechazo mayoritario; junto a no contar ahora con mayoría en el Parlamento, nos hacía creer que pudiéramos estar ante una oportunidad inédita para un Pacto, que dotara de la añorada estabilidad básica a nuestro sistema educativo. Pero la pérdida de la mayoría absoluta no ha supuesto el final de las leyes impuestas por el PP ni otra forma de gobierno más consensual.
De este modo, cuando podíamos estar razonablemente esperanzados, pensando que ésta si podía ser la buena; el pacto se ha roto, tras más de un año de reuniones y muchas comparecencias de expertos, justo cuando los diputados empezaban a concretar puntos. Muchos dudamos si la ruptura ha sido por razones esenciales o motivos coyunturales. Angel Gabilondo ya aconsejó, en su comparecencia, por experiencia propia, que los pactos hay que cerrarlos al inicio de la legislatura. Ahora ya estamos iniciando un período preelectoral. El PSOE lo ha abandonado hasta tanto no se garantice una inversión en Educación que ascienda al 5% del PIB. Como señalan muchos expertos, es mejor ligar la financiación al gasto por alumno, que al 5% del PIB, que es variable y dependiente del crecimiento económico, en épocas inestables. “La financiación del sistema educativo es la base para todo», afirmaba la representante del PSOE; pero con la sola financiación no se asegura una mejora si, paralelamente, no se reestructuran otras dimensiones del funcionamiento de la escuela. En el curso 2008-2009, antes de los recortes, la inversión en educación en España superaba la media de los países de la OCDE y, sin embargo, ello no se traducía en una mejora sustantiva de los aprendizajes.
“Este país no se merece continuar con el drama de la educación convertida en un asunto del partido en el Gobierno, al arbitrio de los cambios políticos, en un continuo tejer y destejer” |
Mientras tanto, la LOMCE que todos querían cambiar, se continuará implementando, penetrando la vida y la cultura escolar, con la amenaza (por ahora aplazada) de aplicar las partes suspendidas (reválidas), cuando un gobierno pudiera contar con una mayoría. Es un principio del Derecho que “las leyes no pueden derogarse sino por otras leyes” y no pueden resucitarse las leyes (LOE) derogadas. Total, no cabría una nueva Ley de Educación, que viniera a derogar la LOMCE, sino fuera por consenso y pacto, dado que no queremos prolongar la situación de leyes inestables, condenadas a la provisionalidad. Sin sustraer la educación de la esfera ideológica y de los intereses partidistas, para centrarlo en los objetivos a conseguir ante los retos futuros y consensuar la estructura básica adecuada, no cabe pacto en educación, que permita la necesaria estabilidad y seguridad en el trabajo docente.
Frente a este paisaje desolado que arrastramos en educación y que se continuará divisando en el horizonte, como decía Ernest Bloch, el gran filósofo de la esperanza, necesitamos para poder movernos un horizonte de expectativas, de una utopía como posibilidad real de transformar las condiciones existentes, como “aquello que todavía-no-ha-llegado-a-ser-lo-que-debiera”. En esta línea, Pablo Freire en su Pedagogía de la esperanza mantiene que “la verdadera realidad no es la que es sino la que puja por ser”, por lo que ante una realidad que no nos gusta, se trata de “cómo hacer concreto lo inédito viable, que nos exige que luchemos por él”. Este país no se merece continuar con el drama de la educación convertida en un asunto del partido en el Gobierno, al arbitrio de los cambios políticos, en un continuo tejer y destejer. La esperanza de un Pacto, invocada, a menudo, a modo de conjuro que pudiera resolver los problemas, ha resultado, por ahora un fiasco. Teniendo presente lo sucedido, no podemos conformarnos como inevitable, siendo necesario luchar para hacerlo realidad. Mientras tanto, nos corresponde seguir con nuestro trabajo cotidiano bien hecho, sin esperar vanamente dioses salvadores.
Publicado en Escuela, núm. 4167, marzo 2018
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Catedrático de Didáctica y Organización Escolar Universidad de Granada |