En 1901, el ‘Grupo de los Tres’, integrado por ‘Azorín’, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, publicó un ‘Manifiesto’, denunciando la situación de España tras el ‘Desastre de 1898’ y la necesidad imperiosa de mejorar. En el plano literario, el escritor alicantino perteneció a la ‘Generación del 98’, nombre que fue acuñado por él mismo. De los ideales anarquistas en su juventud, ‘Azorín’ evolucionó al conservadurismo y al tradicionalismo. Fue elegido académico de la Lengua Española en 1928 y sus vivencias las recogió en ‘Memorias inmemoriales’ (1940). Escribió novelas y algunas obras de teatro, pero su labor se centró en ensayos, crítica y periodismo.
Hace poco leí ‘Vivir en Granada’, donde el protagonista, Antonio Amaro, cuenta la “aventura más rara que he conocido en mi vida”, pues le ocurrió a un amigo suyo, Jaime Torres. Cuando éste era un anciano, quiso regresar a Granada para recordar los años que estuvo estudiando en la Universidad; entonces, tenía que ir a Jaén y tomar una diligencia para llegar de noche a Granada. Jaime quería experimentar aquellas sensaciones de juventud, recorriendo las calles y paseos, el Albaicín, la Alhambra… Para ello, se buscó un pupilaje modesto, en un cuartito empanado (recibe la luz de un cuarto paredaño). La noche de su llegada a Granada no salió, y lo dejó para otro día. Pero al amanecer no se decidió a salir de su cuarto, porque sentía miedo: “desde lo alto de sus antiguas sensaciones, caería en las sensaciones actuales… El pasado podía en él más que el presente”. Al cubiculario que le limpiaba la habitación, le preguntaba cosas de Granada: “¿Existe aún el café Suizo? ¿Hay en una callejita una cierta sombrerería?” (sería en el Zacatín, había una que cerró hace años). El caso es que Jaime permaneció dos meses en Granada, pero no se atrevió a salir de su cuarto empanado. En este cuento, ‘Azorín’ trata de simbolizar la tenacidad del recuerdo, para que la visión de la vejez no desvanezca aquellas emociones juveniles.
El escritor destaca por el estilo sobrio, la frase breve, la precisión y el léxico abundante; considera que la novela debe limitarse a describir el ambiente y las impresiones de los personajes. ‘Los pueblos’ fue su obra más querida, contiene páginas memorables como ‘La fiesta’ y ‘Una elegía’, originales como ‘Los toros’, dedicado al pintor Zuloaga… Sus primeros artículos en ‘El Imparcial’ fueron los de ‘La ruta de Don Quijote’. Azorín recuerda que el director del periódico le dio las últimas instrucciones para el viaje y le entregó un revólver chiquitito, por si le hacía falta, “por donde anduvieron los yangüeses”. Cuando terminó el viaje, ‘Azorín’ propuso otro por Andalucía, pero la cosa se torció: “Envié varios artículos a ‘El Imparcial’. No se publicaron más que contados. El mutismo de la Dirección me inquietaba… Se acabó ‘La Andalucía trágica’ y yo descendí confuso de la cumbre del gran diario”. En su etapa final, reflejó la nostalgia por el pasado de España: ‘Madrid’ (1941), ‘El escritor’ (1941) y ‘París’ (1945). “Sin emoción no se puede hacer nada. No se puede crear”, decía Azorín, que ha pasado a ser un escritor olvidado. Él solía escribir con la pluma un folio diario.
El final de ‘La fiesta’ termina con esta frase: “Nosotros los poetas somos como las cigarras: si las calamidades y desgracias de la vida nos dejan, cantamos, cantamos sin parar; luego viene el invierno, es decir, la vejez, y morimos olvidados, desvalidos”. Y al final de ‘Una elegía’, escribe: “Los martillos cantan sobre los yunques con sus sones alegres; unas campanas lejanas llaman a las últimas misas de la mañana. Yo camino despacio; yo digo: ‘Las cosas bellas debían ser eternas…’”, se refiere a la pérdida de Julín, mientras ve su foto.
‘La ruta de Don Quijote’, contiene el artículo, ‘Pequeña guía para los extranjeros que nos visiten con motivo del centenario’, del que entresaco un párrafo:
“¡Ah –dice el doctor Dekker–, España es el país donde se espera más” (…). Se dirige a un ministerio; los empleados de los ministerios –ya es tradicional, leed a Larra– no saben nunca nada de nada. Si supieran alguna cosa, ¿estarían empleados en un ministerio?… ¿Podrá un extranjero que es filósofo, filólogo, numismático, arqueólogo, pasar por Madrid sin visitar nuestra Biblioteca Nacional?
Más adelante, ‘Azorín’ escribe unas líneas sobre la espera con el bibliotecario, pero prosigamos leyendo el artículo:
“El insigne doctor ignora otra verdad fundamental de nuestra vida, otra pequeña síntesis nacional: y es que en Madrid un hombre discreto no debe acudir nunca a ninguna cita, y sobre no acudir, debe reprochar, además, su no asistencia a la persona que le ha citado, seguro de que esta persona le dará sus corteses excusas, puesto que ella no ha acudido tampoco (…). Con este objeto ha llegado a España, y marcha de una parte a otra todo el día con el lápiz en ristre. Pronto podremos leer el primero de sus libros en proyecto. Se titula ‘The time they lose in Spain’; es decir, el tiempo que se pierde en España”.
Texto: Leandro García Casanova
Imágenes: Web Monover.com y periodismo.umh.es
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