“El Maestro dijo: Sólo los hombres de profunda inteligencia y los
necios de mente más obtusa permanecen invariables.”
Confucio: “Los cuatro libros de la sabiduría”
No siempre lo que significa una buena noticia coincide con que en realidad lo sea. Es la hora del conticinio –así llamaban los romanos al momento de la madrugada en que todo quedaba en calma- y, a la par que me dedico a la lectura de Confucio, una idea no deja de rondarme la cabeza: qué había que celebrar con la caída del muro de Berlín en la madrugada del nueve al diez de noviembre de 1989, qué significado tenía aquel ingenuo alborozo universal por el derrumbe de las ideologías. Aún están en mi mente las palabras que algún íntimo me dirigió, reprochando mis reticencias y calificándome poco menos que de “rara avis”. Hoy ha sido ese mismo amigo el que me las ha recordado y curiosamente, después de tantos años, ha venido a decirme que lo mío era una suerte de presciencia. No creo que sea para tanto.
La Europa de finales de los ochenta vivía un festín democrático, vacunada – al menos así lo parecía- contra el nazismo y contra toda expresión ideológica que implicara cualquier tipo de totalitarismo. Era la fiesta de la democracia y nadie supo o quiso ver que no era la política ni la diplomacia las que habían logrado la caída del muro sino el gran capital el que había puesto el huevo de la serpiente. Los viejos valores de la Europa culta; portadora de valores universales; abierta al mundo y garante del progreso y libertad de sus ciudadanos, había entrado en un placentero sueño, incapaz de siquiera suponer los peligros que le acechaban. Anestesiada Europa, el capitalismo salvaje podía extender sus tentáculos para someter a millones de seres humanos a través de las armas más letales: el miedo y la guerra. Los discursos de los economistas neoliberales, con Milton Friedman –uno de los más deshonestos intelectuales que haya dado USA- a la cabeza, no tienen desperdicio. Sistemáticamente de ellos ha desaparecido un vocablo: SOLIDARIDAD. Hasta el punto de que algunos de ellos consideran incluso el sistema público de pensiones como una estafa piramidal. No, estafa es otra cosa. Estafa son las guerras promovidas para hacerse con el control de los pozos petrolíferos, estafa son las hambrunas, estafa son los cientos de miles de refugiados, estafa son la escalada armamentística nuclear, estafa es el deterioro y destrucción del medio ambiente, estafa es…
En este estado de cosas, no me cabe ninguna duda de que mucha gente de buena fe – eso sí, con poca o nula formación- cree estas soflamas sin ningún planteamiento crítico, adentrándose en terrenos que sólo su ignorancia es incapaz de detectar como –permítanme el neologismo- “anfifascistas”. Definitivamente la vieja Europa ha decaído en sus derechos hasta el punto de resultar muy difícil en la actualidad definir qué es una democracia. En todo caso, hoy es posible definir una democracia por su indefinición: como un conjunto de cosas sin ningún tipo de armazón ideológico, filosófico o cultural. Si hasta ahora la palabra democracia podía ser definida como un conjunto de principios o valores; sustentada en dos pilares fundamentales, la libertad y la solidaridad; hoy, por desgracia, no es posible. Valores, qué duda cabe, que engendraban otros muchos: la honestidad, la participación, el libre mercado -¿por qué no?-, la libertad de expresión y opinión, la cultura, el derecho a la propiedad…Lamentablemente he de recoger las palabras, tan ácidas como cínicas, del fiscal Guilfort –personaje de ficción del dos veces Pulitzer Robert Penn Warren en su obra “Te espero en la verde espesura”- para dar una visión del concepto actual de democracia: “…en cualquier tribunal, una buena mentira vale más que un millón de hechos. En cualquier tribunal o en cualquier piltra”.
Es tal el estado de postración en que ha caído la democracia europea, que introduce las medidas correctoras para recobrar sus viejas esencias o difícilmente podrá hacer frente a los peligros que la acechan: el nazismo y el islamismo radical. Ya no es una casualidad que filonazis como Quim Torra sea aclamado por dos millones de ciudadanos, de los que gran parte de ellos no son conscientes de la ideología que sustenta los postulados de sus de sus líderes. Y lo peor de todo, con la cobertura de algunas cancillerías europeas o de las magistraturas de esos países. En fin, la democracia como mentira ya no se sustenta: caídas las ideologías, estamos ante una mera lucha por el poder del neoliberalismo contra El Estado con el consiguiente desamparo de millones de ciudadanos. Ya no se puede seguir sustentando la falacia de confundir torticeramente Estado y Gobierno. Ya no se puede sostener que estos sean movimientos de paz, como ellos proclaman. Ya basta de tanto buenismo y corrección política o habrá que plantearse seriamente si merece la pena seguir en esta espesa oscuridad: la Europa de los mercaderes.