Los estudios psicológicos más recientes indican que el castigo sólo soluciona el mal comportamiento de manera temporal, pero que no va a la raíz origen del problema. Al castigar a nuestros/as hijos/as, al alumnado, lo que les estamos diciendo, es que las consecuencias de sus conductas tiene una repercusión externa, y que inevitablemente, no pueden hacer nada para evitar, de manera intrínseca, su comportamiento. Citando a Kohn; “nosotros les hemos dicho de antemano exactamente cómo vamos a hacerles sufrir si no obedecen. Esto comunica un mensaje de desconfianza («No creo que vayáis a hacer lo correcto sin que temáis un castigo posterior»), que lleva a los niños/as a pensar comportarse de una manera o de otra en función de razones extrínsecas y no en función de su capacidad de hacer bien las cosas.
El castigo sirve como reforzador de la conducta, en cuanto “premia” la llamada de atención que en definitiva es un mal comportamiento. El niño/a, que se siente ignorado, desplazado, suele llamar la atención con conductas inadecuadas, a las que se “premian” castigándoles, por lo que incrementará estas para recibir más atención. Y no solo esto, al castigarle, no le damos la oportunidad de solventar el origen de su conducta, por lo que no puede desaprender otras formas de comportarse ni de estar.
Pero además, tras reiterados castigos, muchos niños/as acaban distanciándose de sus padres y les “castigan” a ellos negándoles la comunicación y generando rabia y necesidad de venganza (no siempre consciente). Muchos otros acaban perdiendo la espontaneidad y la creatividad (¿la niñez?) y se convierten en niños inseguros, temerosos y dependientes de la persona que lo castiga, pues evitan tomar decisiones que puedan ser erróneas y que puedan originar un nuevo castigo.
Bien, ¿entonces qué podemos hacer?
Si mantenemos un contacto sano, basado en la comunicación recíproca, en las emociones que sienten nuestros hijos, el alumnado, hablando de qué sienten, qué les preocupa, estableciendo una disciplina temprana, unas reglas de convivencia pactadas, mostrándonos personas comprensivas, que sean capaces de ponernos en su lugar, buscando soluciones entre ambos ante una conducta puntual, yendo a la raíz y origen del problema, sabiendo que en parte es responsabilidad tanto de ellos como nuestra, podremos dirigir nuestros actos hacia una solución constructiva.
Somos el espejo donde se miran, si nos mostramos coherentes, empáticos, les estaremos dando la mejor lección de vida a nuestros/as hijos/as, a nuestro alumnado, haciendo posible que desarrollen su propios valores, ayudándoles a desarrollar su propio código ético de comportamiento, acorde a sus propias expectativas morales, basadas en las nuestras a través de nuestra coherencia.
Piaget lo apunta con otras palabras: “La autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran”.
“Es obvio que el castigo no sirve para nada, en una sociedad en la que se apuesta por una educación emocional, donde queremos personas libres que puedan alcanzar todo su potencial con el adecuado andamiaje, basado en el respeto y en la compresión.” |
Por tanto, sí se puede educar sin castigos, pero la cuestión no se limita únicamente a castigos sí, castigos no, sino que va más allá. Se puede, y se debe, tratar de educar a los niños en base al respeto, con cariño, diálogo, cercanía y sin transmitir la violencia imperante en la sociedad de manera física, en modo de castigo ni a través del chantaje emocional, de la humillación, del abuso de poder, etc. Para ello, reforzar lo que hacen bien, entendiendo sus propias motivaciones, entendiendo sus emociones, dándoles la oportunidad de poder expresarlas, desde una escucha activa, sin juicios, abierta y flexible. Pasando mucho tiempo con ellos, y tiempo de calidad, creando una relación de confianza, utilizando reforzadores positivos ante lo que hacen bien.
La paciencia es una variable clave en todo el proceso. El castigo sólo es una solución temporal que no ataja el verdadero problema comportamental, que potencia personas sumisas, dañando su autoestima y autoimagen, personas que sienten que son incomprendidas por las personas más importantes en su vida. Es obvio que el castigo no sirve para nada, en una sociedad en la que se apuesta por una educación emocional, donde queremos personas libres que puedan alcanzar todo su potencial con el adecuado andamiaje, basado en el respeto y en la compresión. Así haremos niños/as que libremente escojan un camino benévolo hacia sí mismos y hacia los demás.
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