En esta primera muestra de artesanía de mi barrio participaron artesanos del cobre como Luis Yudes, o del hierro como Antonio Salazar, que expuso una escultura de un toro bravo interesantísima, tan impresionante que aún hoy me acuerdo de ella, en mitad del patio, encima del aljibe, en un escorzo de fiereza y nobleza que la hacía única e irrepetible o alfareros como Cecilio Morales, el fundador de Fajalauza, así como otros muchos dedicados a la fabricación de faroles, distintos objetos de taracea, al repujado del cuero, o al bordado de mantillas. (Se me nota que soy albaycinero y que adoro a mi antiguo barrio)
Bien, como decía, la señorita Nené propuso que asistiéramos a esta exposición y como yo era el único albaycinero autóctono que había en la Normal, aquellos compañeros, los más estudiosos y “empollones”, y que no conocía bien el barrio, me pidieron que los acompañara, lo que hice encantado, sobre todo porque siempre he estado muy orgulloso de mi barrio, y de mi ciudad, y cuando se ha presentado la oportunidad de enseñarlos, lo he hecho gustosamente.
Nos citamos en la parada del autobús que por aquel entonces era el número 7 y desde allí, a través de las Cuatro Esquinas, Calle Pagés, Calle del Agua, Plaza Larga y Calle Panaderos, llegamos hasta la puerta de entrada del patio de la Iglesia del Salvador.
Como yo tenía amistad con todos los que exponían, ya que era muy conocido, pues mi familia, “Los Truenos”, eran todos barberos y tenían tres barberías en el barrio y. por lo tanto. todos los que allí estaban eran clientes o bien de mi padre o de mis tíos o de mi abuelo, no pusieron ningún inconveniente en explicarnos las técnicas de sus respetivos oficios y de darnos tarjetas, muestras y carteles, que yo aún conservo, para que nos sirvieran de testigos de nuestro paso por la Feria de Artesanía para luego demostrarle a la señorita Nené que había estado.
Muchas de las tarjetas estaban selladas por la silueta de una burrita, VELETA, icono y mascota de la exposición. (Que también os copio). Al final de esta aventura os enseñaré la que yo tengo y que para mí, según un poema que escribí en aquel tiempo, era Veleta, la amiga íntima de Platero.
Cuando salimos, después de patearnos todos los stands que allí había, era muy tarde, casi anocheciendo y, como teníamos mucha sed, decidimos tomarnos un refresco.
Frente a la puerta del patio de la iglesia del Salvador estaba el bar Soraya y allí nos metimos. Se pidieron, sobre todo, refrescos, salvo dos que pedimos cerveza. Le pedí al camarero, que conocía bien, que nos pusiera de tapa habas verdes crudas, “salaillas” y bacalao cortado en tiras (tapas típica del barrio durante las fiestas de la Cruz de Mayo). Como teníamos sed y hambre, nos supo a poco aquello que nos había puesto y lo que hizo fue aumentar nuestra sed, como consecuencia del bacalao y el hambre, por la hora que era. Por ello propuse ir a otro sitio, al cercano bar Aliatar, el de los caracoles.
Paco, el dueño y camarero del local, nos atendió de maravilla. Le pedí, tras consultarlo con mis compañeros y éstos en estar de acuerdo, que nos pusiera unos “follazas”, (para el que no esté familiarizado con esta bebida os diré que es una mezcla de vino dulce de Málaga con gaseosa) y de tapa sus famosos caracoles. Fue muy espléndido y nos puso un plato bastante generoso. Como los caracoles picaban, teníamos sed, como consecuencia del bacalao y la bebida era muy gustosa, porque su dulzor refrescaba y calmaba nuestras escaldadas lenguas, bebimos de un tirón la copa del primer “follaza”. Algunos del grupo, en un principio, pusieron caras raras antes de probar el vino. Tomamos algunos más y desde allí nos fuimos, haciendo “estaciones de penitencia”, es decir, de bar en bar, hasta el Mirador de San Cristóbal, donde yo vivía y en donde estaba la parada del autobús.
A esas horas de la noche ya estábamos bastante alegres, y algo más, sobre todo porque algunos de los compañeros que venían nunca había probado el alcohol. Y allí, en la parada del autobús de San Cristóbal, se produjeron escenas imborrables, como la de uno de nosotros que se puso a torear al autobús, o el caso de otro que, creyéndose un atleta de saltos, trató de esquivar un charco, saltando por encima, pero con tan mala fortuna que cayó en su mitad, llenándose él y todos los que estábamos a su alrededor.
Las risas no cesaron hasta que el grupo pudo subirse al autobús, alguno creo que hasta a gatas, y así poder bajar a “Graná”. La suerte que tuvimos fue que, como era el último autobús del día y estábamos en fiestas, el conductor fue indulgente con nosotros y con nuestras chanzas, aguantando estoicamente hasta que todos estuvieron en su interior.
Lo que ocurrió dentro del autobús durante el viaje de vuelta, no lo sé con certeza, aunque tengo algunas noticias, pero prefiero dejárselo a otro, que sí lo viviera, para que lo cuente. Al día siguiente las resacas fueron generalizadas.
¡POR CIERTO, LA NENÉ NOS DIO SOBRESALIENTE A TODOS LOS QUE FUIMOS A LA PRIMERA FERIA DE ARTESANÍA DEL ALBAYZIN!
Manuel García Plazas
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