Hace tiempo leí en alguna parte, esta cabeza mía ya no recuerda muchas cosas, que no es la discapacidad lo que hace difícil la vida, si no los pensamientos y acciones de los demás y ahora con el tiempo he llegado a que es terriblemente cierto eso que leí. Cada día que salgo a la calle, a pasear, al banco, a tomarme una cerveza o a simplemente ver la gente pasar, me encuentro con cientos de barreras arquitectónicas que alguien puso para nosotros, o mejor dicho, sin pensar en nosotros.
Lo que no entiende la gente, es que a lo largo de una vida, quizás necesitaremos en algún momento esa accesibilidad que demandemos los discapacitados para poder hacer nuestra vida, que no sea otra que la misma que hacen el resto de mortales. O es que tal vez, nadie piensa en los padres con su bebé en la sillita que no pueden ir por la acera, la abuela o padre mayor que necesita andador o silla de ruedas, el joven deportista que se ha roto una pierna o ¿quién no se ha hecho un esguince?.
Tienes que estar continuamente preparado como discapacitado a enfrentarte a que te dejen en la calle, ya que no puedes acceder a la gran mayoría de los lugares, a pasar frío o calor, a que te quiten tu plaza de aparcamiento y encima te digan «no te quejes que eres un privilegiado».
A veces, voy por la calle y cuando veo que alguien se acerca o me mira como intento defenderme, me pararía en seco y les diría…”oiga que soy discapacitada, pero no soy tonto”, que siento, amo, padezco y sufro lo mismo que usted.
Lo único que demandamos los discapacitados es poder hacer nuestra vida, salir y poder ir a la compra, poder entrar a la biblioteca, al teatro, al museo, al centro de salud, a cualquier servicio público como cualquier persona o como no a tomarnos un vino en cualquier bar.
“La discapacidad no está en las personas faltas de una parte de su cuerpo, está en la mente de muchas personas sanas.” |
Al final ocurre, que hagas lo que hagas siempre te dejan a ti por lo malo o exigente y si por cualquier motivo, intentas dar a conocer públicamente a la prensa, es posible que salga el político de turno filosofando y diciendo que “tú la discapacidad no la tienes en las piernas”, como si con eso cubriera su expediente moral o ético.
Por eso, ya a mis años he llegado a la conclusión de que el miedo es la gran discapacidad que padece este mundo, miedo a conocernos, a saber quién somos, qué pensamos y a dónde vamos. La discapacidad no está en las personas faltas de una parte de su cuerpo, está en la mente de muchas personas sanas.
PD. Este relato va dedicado con todo mi respeto, cariño y admiración a los Residentes de la “Huerta del Rasillo”.