¿Cuál debería ser el principal objetivo de la educación?, ¿Ser el principal sentido que dirija la vida del niño desde los tres años hasta los dieciséis?, ¿Ser el centro de sus actividades desde las ocho y cuarto-nueve hasta las dos-tres menos cuarto, el eje vertebrador de sus horas, su principal obligación?
Leyendo e investigando a Viktor Frankl, padre de la Logoterapia que se configuró como la tercera escuela vienesa de psicoterapia, autor de uno de los más vendidos ejemplares; “El hombre en busca de sentido” y para mí, una de las personas que más nos enseña sobre el sentido de la vida, ya que él pasó por tres campos de concentración, incluido el de Auswitch, y lo que realmente le ayudó a sobrevivir en esas terribles, deshumanizadas y espantosas condiciones, fue encontrar aún ahí, un sentido que le hiciera seguir viviendo. Para él fue el amor, el amor que sentía por su mujer, la imagen de su rostro, lo que le empujaban día tras día, a dotar de sentido su vida cuando parecía que ya no lo podía tener.
Como digo investigando la obra de este inconmensurable médico y psiquiatra, me ha llamado poderosamente la atención una alusión que hace sobre la educación. Ésta, dentro de su objetivo fundamental que es educar hacia la integralidad del niño, potenciando su desarrollo evolutivo, social, intelectual, procurando que alcance todo el conocimiento y valores propios del civismo y la democracia, también debería, como apunta Frankl, ayudar al niño, al adolescente, a buscar el sentido propio de su existencia, enseñarlo a que se pregunte cuál es el sentido de su vida. Pasará de ser uno u otro en función de su edad, de su etapa evolutiva. En su adultez, si le se ha enseñado esto, sabrá dónde dirigir su vida cuando ya no lo sostenga el sistema educativo.
“Para Viktor Frankl, el principal sentido que dota de sentido a todos los demás, es el amor, el amor a todas las personas que nos rodean, el amor que comprende, que entiende, que perdona que nos hace ser más yo en cuanto más tú somos” |
Cuando el ser humano conoce el sentido de su vida, lucha, resiste los golpes de la vida, se convierte en una persona resiliente, sabe que es su actitud frente a la vida y no las circunstancias, por muy duras que sean, su mayor poder de libertad. La libertad humana es en definitiva eso: elegir qué actitud adoptar frente a los golpes de la vida.
Si enseñamos a los niños, a las niñas que se pregunten por el sentido de sus vidas, que no se frustren por las circunstancias externas, que adopten una actitud valiente y fuerte, que ésta pueden elegirla, serán adultos que en momentos de vacío existencial, en momentos duros, sabrán que son libres para elegir cómo afrontarlas, que son libres para preguntarse por su sentido vital, que esta pregunta es necesaria y podrán, porque de niños lo aprendieron, superar los obstáculos inevitables.
Pregúntate cuál es el sentido de tu vida, puede que sea una persona, una tarea, una meta. Todos tenemos un sentido que nos hace orbitar y seguir, todos podemos saborear la libertad de elección, todos podemos asumir con responsabilidad los avatares, todos, por muy vacíos, tristes, solos que creamos estar tenemos un sentido, eso que nos provoca un intermitente brillo en los ojos, matizar una leve sonrisa mirar al cielo y suspirar.
Una asignatura troncal como “Cuál es el sentido de tu vida”, enseñaría a los niños a ser autónomos, independientes, impulsaría el deseo de autoconocerse, saber qué les gusta y a lo que podrían dedicar su vida cuando sean adultos. Podría ser interesante modular asignaturas de inteligencia emocional de forma obligatoria: enseñar a ser y no sólo a hacer; intentar enseñar a vivir y no solo a producir.
Para Viktor Frankl, el principal sentido que dota de sentido a todos los demás, es el amor, el amor a todas las personas que nos rodean, el amor que comprende, que entiende, que perdona que nos hace ser más yo en cuanto más tú somos.
El amor; parece que aquí está la clave, lo que realmente mueve el mundo.
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Comentarios
2 respuestas a «Virtudes Montoro: «La principal misión de la escuela: dotar de sentido»»
Personalmente, sé muy poco de lo que usted tanto sabe, admirable Virtudes. Pero como «de personas es hablar y de burros rebuznar» quiero hacerle un breve comentario. Si no he entendido mal, lo que le movía al doctor Frankl, no era tanto el «amor universal» que usted pretende, sino el amor a su mujer (o más exactamente al semblante de la cara de su mujer). También personalmente, jamás le haría a un niño esa pregunta existencial que usted propugna: «Cuál es el sentido de tu vida». Me parece cruel e innecesaria. Con caminar juntos -ya comentando lo que vemos o en silencio- sería suficiente para encontrar, no ya el sentido, sin la sensibilidad hacia lo que de por sí, nos aporta la vida.
Escribe usted muy bien. Felicidades.
Ante todo, querido Isidro, feliz martes, deseo que tu día se llene de aquellas cosas que te hacen feliz.
Respecto a tu sabio comentario, que te agradezco enormemente, decirte que el padre de la Logoterapia, Vicktor Frankl, postulaba la importancia de ser consciente de cuál es el sentido de nuestra vida; y que éste puede ser distinto a lo largo de nuestra vida.
Saber para qué estamos aquí es la reflexión más acertada que podemos hacernos, nos dirige hacia aquello que nos hará libres y responsables. Estos conceptos, libertad y responsabilidad, también son muy importantes en el paradigma de la logoterapia.
Caminar juntos, como bien dices Isidro, siempre lo hacemos hacia algún lugar, hacia algún sitio: cada uno tiene el suyo. Enseñar a nuestros hijos, alumnos a indagar cuál puede ser el suyo, a preguntarse qué les hace brillar los ojos, cuál es su mayor ilusión, qué tiene sentido para ellos, no es cruel, todo lo contrario.
Enseñar a plantarse el sentido de nuestra vida, saber que si estás perdido, puedes hallarte, que cuando no encuentras respuestas, puedes encontrar las preguntas adecuadas, saber todo esto, es amar la vida con la plenitud de saber que ésta te cuida, aunque a veces no lo parezca.
La vida es muy sabia, sabe el para qué de todo, y nos lo hace saber cuando aprendemos a buscar el sentido de la nuestra.
Isidro, te abrazo el alma, la vida también lo hace a cada segundo.
Gracias miles por leerme.