«Granada me ha encantado, aunque huele a gasoil y a marihuana». Es lo que me dijo un amigo que vino de visita hace unos meses. No le respondí (qué iba a decirle), pero se me clavó el comentario como la espina de un rosal. Me dio pena que el recuerdo de una ciudad tan hermosa se viese empañado por un problema cada vez más preocupante: la contaminación.
La contaminación es una perfecta muestra del egoísmo humano; es el aire apestoso que respiramos, el ruido constante que nos castiga, la suciedad que invade ya no solo las calles, sino los bosques, los mares o el vientre de los peces. Destruimos el equilibrio de la naturaleza y al hacerlo nos destruimos a nosotros mismos. Las enfermedades autoinmunes, consecuencia de que el organismo se defienda de amenazas inexistentes, se han extendido en los últimos años: celiaquía, diabetes, artritis, rinitis… Nos hemos acostumbrado a la resignación; al qué se le va a hacer. Las preocupaciones por la tos que nos enrojece la garganta o por el niño del vecino, que lleva días sin ir al cole, se exteriorizan en la cola del supermercado o en el ascensor. Poco más. Pero deberíamos gritarlo. Los políticos no se han enterado aún. Se trata de respirar. De vivir. ¿De verdad que no les importa?
Según la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica, la prevalencia en España del asma es del 10,3%, un porcentaje que aumenta en los grandes núcleos urbanos. Granada se ubica en una hondonada, rodeada de montañas, lo cual dificulta la renovación del aire. Este hecho, junto con la falta de lluvias, la dejadez de las administraciones y la falta de civismo, ha provocado que nuestra ciudad sea ahora mismo la tercera capital más contaminada del país. En los últimos cincuenta años, la temperatura media de Granada ha aumentado 2,5 grados, lo que la convierte en una de las ciudades españolas donde más se nota el efecto del calentamiento global; ese fenómeno que uno de los tipos más poderosos del mundo, Donald Trump (otro fenómeno), no se cansa de negar. A lo mejor la ola de frío polar que ha asolado el norte de su país le abre un poco los ojos.
“La falta de lluvias, la dejadez de las administraciones y la falta de civismo, ha provocado que nuestra ciudad sea ahora mismo la tercera capital más contaminada del país” |
Los expertos aseguran que un incremento de dos grados puede provocar situaciones no vistas «en cientos de miles de años». Sufriremos episodios de calor de más de un mes; las lluvias torrenciales aumentarán y disminuirá la disponibilidad de agua fresca. Es la reacción del planeta a los abusos que en él se cometen. Nosotros también lo notamos. En realidad, la explicación de lo que nos ocurre es simple: el cuerpo humano es como un motor diseñado para funcionar bajo unas determinadas condiciones. Si le echamos el combustible equivocado, el motor no lo reconocerá, no funcionará bien, se resentirá y, en muchos casos, se romperá. Y es que el progreso es tan importante como el estudio de sus consecuencias.
¿Podemos hacer algo? Claro: cuidar la alimentación, hacer ejercicio, utilizar el transporte público, inculcar a quienes nos rodean el respeto por el medioambiente. No obstante, el verdadero impulso debe venir de los responsables políticos. Su falta de implicación en este asunto, a menudo el último de los informes en sus pilas de papeles, demuestra que no están a la altura, que son unos mediocres que solo se interesan por aplicar medidas que les reporten un beneficio, económico o electoral. De otro modo no se explica que en un país con tantas horas de sol no se hayan desarrollado planes para, por ejemplo, subvencionar la sustitución de las calderas de gasóleo por placas solares. Y será mejor dejar aquí el espinoso tema de las puertas giratorias.
Los gobernantes tratan de calmar la alarma social con restricciones de tráfico. Ponen una tirita en una herida que no para de sangrar. Prohibir o restringir la circulación de vehículos particulares parece una medida acertada… que pierde toda su fuerza en cuanto aparece por la calle un autobús de más de quince años emitiendo un chorro de humo que contamina más que veinte coches. «Hay otras prioridades», suelen decir. Mentira. Nada es más prioritario que la salud. ¿Es que no lo saben? ¿O lo saben pero les da igual? Si no lo saben, no merecen gobernar; y si lo saben y no hacen nada, menos aún.
“Este es el mundo que tenemos, el único, y debemos protegerlo. No queremos un futuro de moribundos; no queremos que los niños y ancianos se paseen por los pasillos de los hospitales con mascarillas” |
Este es el mundo que tenemos, el único, y debemos protegerlo. No queremos un futuro de moribundos; no queremos que los niños y ancianos se paseen por los pasillos de los hospitales con mascarillas. ¿Tan difícil resulta que los responsables de Medioambiente, Industria, Tráfico, Sanidad… se reúnan y aporten ideas? Podrían tomar ejemplo de otras ciudades, como Ámsterdam, cuyos residentes aparcan en las afueras. Allí la gente se desplaza andando, en bicicleta, en tranvía o en metro. El coche particular se utiliza únicamente para viajes largos y el que quiera entrar en el centro con él ha de pagar un impuesto elevado. ¿Se imaginan un solar en la entrada de Granada en el que se guardaran cientos de coches, vigilado veinticuatro horas, gratuito (o con un coste razonable), con un servicio de transporte que saliese cada cinco o diez minutos? ¿Se imaginan a un político reunido con directivos de algunas marcas automovilísticas interesándose por el precio de una flota de autobuses de gas o híbridos? ¿Se imaginan un esfuerzo por ampliar las líneas de metro por la capital y los pueblos cercanos?
No se puede respirar en Granada. Pero tampoco podemos dejar de hacerlo. ¿Qué opción nos queda? Luchar, por supuesto, para que la situación cambie. Para que el turista no se quede con un mal olor. ¿Y si no cambia? Bueno, llegados a este punto, siempre me consuela acordarme de una viñeta del genial Snoopy: él y su amigo Charly están sentados en un embarcadero, de espaldas, contemplando el horizonte en actitud melancólica. Charly dice: «Un día nos vamos a morir». Y Snoopy responde: «Cierto, Charly, pero los otros no».
Pues eso. Disfrutemos mientras podamos.
F I N
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Comentarios
2 respuestas a «Francisco J. Sánchez: «Gasoil y marihuana»»
Pues sí, es evidente que se está deteriorando la salud y calidad de vida, todos lo sabemos, incluídos los políticos, pero siempre habrá problemas más graves para ellos. ¿Hasta cuándo?.
A mí me preocupa esto que expones y en especial en la ciudad de Granada, hace tiempo que no resido en ella, pero soy granadino y pasé unos años viviendo en la capital. Ya han pasado muchos años de esto, sigue siendo preciosa, pero hemos perdido en temas de salud.
Saludos saludables.
Antonio R.
Gracias por tu opinión, Antonio. Estoy de acuerdo contigo. Yo no soy un experto en la materia y aun así he aportado varias ideas. Los gobernantes deberían tomárselo con más interés, pero lo que hacen no soluciona (casi) nada. Inaugurar un parque en la zona del PTS y bajar la velocidad en la capital a 30 km/h no va a cambiar la situación. La ciudad está sucia, las aceras da asco verlas; el aire huele a gasoil y en algunas zonas no se puede dormir debido a los ruidos (cerrado el botellódromo, los estudiantes invaden las calles a grito pelado y a ellos se unen las despedidas de soltero). Hay opciones, pero casi todas significan que los administradores pierdan dinero o dejen de percibirlo: la campa a la entrada de la ciudad con un servicio de autobús, o bien un convenio con los aparcamientos privados de la zona de Hipercor o Neptuno; regar las calles de forma aleatoria cuando no haya llovido en más de x días; bonificar el impuesto de circulación a los vehículos híbridos y eléctricos; mayor presencia policial en determinados puntos de la ciudad, sobre todo por la noche, y que multen con dureza a quienes griten o ensucien; limpieza a conciencia de las aceras; negociar la compra de autobuses híbridos, de gas o hidrógeno… Mientras no lleguen a estos puntos, no hay nada que hacer. Si acaso, ponerse la mascarilla y esperar a que llueva… Un saludo.