Los hijos quedan atrapados en una especie de paréntesis gravitatorio después de un divorcio, con miles de dudad, culpas, sentimientos de miedo, de ansiedad ante la nueva restructuración familiar. Si la situación no se lleva correctamente, pueden ser caldo de cultivo de posibles trastornos: depresión, problemas de ansiedad, autoestima, ira, problemas comportamentales, llamadas de atención mediante conductas rebeldes, como queriendo decir, ¿estoy aquí, sufriendo, no me veis?
Los padres se separan; dos personas deciden acabar su relación, por motivos varios. Rehacen sus vidas, después de encontrarse perdidos, también con una carga importante de sufrimiento, de culpabilidad. Hasta ahí todo es comprensible, es una situación dura, que pasa por distintas fases, parecidas al duelo ante una muerte. La vida sigue, se recuperan y vuelven a afrontar la vida, como cada uno puede, quiere o desea.
Personas que se unieron por amor, libres, que conformaron una familia y ¡acaban convirtiéndose en enemigos mortales! ¿Pero qué ocurre?
El amor no tiene contrario, pero aun así aparece el odio en sus distintas versiones: desprecio, venganza y algo que da aún más miedo, algo aún más devastador; la utilización de los hijos como armas que se lanzan unos a otros, como en una guerra descarnada: ¡aquí no sale nadie vivo!
Así actúan los padres, algunos, como soldados con un objetivo bien definido, matar al enemigo, matar a esa persona que formó parte de su vida, con la que construyó planes, con la que asentó una familia y dieron calor a una casa, ¿no parece una novela de terror, como las de Stephen King? (Con todos mis respetos a este autor, pienso que no brilla por su calidad literaria). Me viene a la mente la película “El Resplandor” y el indescriptible rostro de Jack Nicholson, la imagen más certera de la locura, del odio.
Como digo, en esa guerra, lanzan a los hijos como cócteles molotov y me pregunto, si el amor no puede, no tiene contrario, ¿qué nos está pasando? ¿Cómo hemos podido llegar a estar tan locos, a esta locura colectiva?
Locos estamos todos, es verdad, presas de nuestra irracionalidad, de nuestros pensamientos y emociones, ¿pero qué nos lleva a actuar con esa sed de sangre, de venganza, que espanta más que el rostro del citado actor?
“No sé si sabemos, o si, que de todas las consecuencias que puede tener en el niño un divorcio, la más peligrosa es esa utilización: poner el hijo en contra del otro” |
No sé si sabemos, o si, que de todas las consecuencias que puede tener en el niño un divorcio, la más peligrosa es esa utilización: poner el hijo en contra del otro. No sé si sabemos que esto puede llevar a nuestros hijos a convertirse no solo en personas con múltiples trastornos, como los citados, sino además en personas desadaptadas que volcarán en la sociedad aquel odio en el que se vieron envueltos sin saber por qué, en esa guerra que vivieron sin haber hecho nada. ¿Pero no vemos la magnitud de nuestro odio?
Si amas a tus hijos, si realmente sabes amar, no puedes dañar, no se puede, es imposible. Donde hay amor, ese con el que decimos “por mi hijo daría la vida”, no cabe el odio hacia su padre, hacia su madre, éste también le dio la vida, ¿qué paradoja, no?
Yo personalmente opto por el perdón, insto que sea esta la verdadera motivación vital, el sentido de nuestra vida en sociedad. Cuando perdonas, creces, cuando somos capaces de despersonalizarnos de los ataques de los otros, cuando llegamos a comprender el enjambre de locura que habita en el otro, en nosotros, comprendemos que si seguimos ese camino, viviremos en un infierno hasta que no abramos los ojos. Abrirlos significa, perdonar, intentar no vivir en ese estado, realizar las acciones oportunas para protegernos pero sin esa emoción devastadora que nos hace vivir sin vivir.
Si amas, proteges, si amas, comprendes, si amas a tus hijos los respetas, te das cuenta que dañarlos ahora puede romperlos para siempre.
Mírate a los ojos, a ese fuego que te arrasa, encuéntrate en lo más profundos que existe en ti, en tu esencia, sé capaz de perdonarte, perdonar, llena tu vida de serenidad, ama con responsabilidad, con la libre determinación de que tus días estén llenos de significado.
Perdona, no eres una víctima, asume tu parte de responsabilidad, todos la tenemos. Medita, respira, mira a tus hijos, saca la bandera blanca, pregúntate ¿qué les quiero dejar a mis hijos cuando esté muerto? En esa última exhalación nos daremos cuenta de todo, ¿tenemos que esperar tanto? No, no tenemos por qué esperar a los estertores de la parca.
Déjales a tus hijos un aprendizaje, el más importante de todos; el amor no tiene contrario, el amor mueve el mundo, con el amor somos seres sanos.
Inténtalo, sólo ama, con la dulce responsabilidad y la libertad que tienes de hacerlo. Y perdona.
En la bondad reside todo, en el amor, no busques más.
“El odio no disminuye con el odio. El odio disminuye con el amor”. Buda
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