Este tema empieza a captar mi interés tras visualizar todos los vídeos del psicólogo Dan Gilbert, que aparte de estudiar la felicidad y cómo alcanzarla, es experto en analizar cómo y en base a qué tomamos decisiones; desde las más simples hasta las más transcendentales. Algo que llamó mi atención en su discurso fue su contundente afirmación: la historia de la humanidad se caracteriza por la toma de decisiones erróneas.
Hacer una acertada elección ante dos o más posibilidades o caminos, es una de las cosas que más nos cuesta hacer y que más repercusión tiene para determinar nuestro futuro y con ello, nuestra vida. Podríamos preguntarnos primero, ¿qué determina la elección de una u otra alternativa? y, ¿cómo enseñar a nuestros hijos a tomar decisiones correctas? Empecemos por el principio, la mayoría de las elecciones parten del cerebro reptiliano, es decir de la zona cerebral llamada amígdala. Aquí se sitúa, por así decirlo, nuestros impulsos, la base emocional de nuestro cerebro (ésta también se halla en la zona cerebral prefrontal). Pues bien, esa zona es determinante a la hora de decidir, la parte emocional (inconsciente) es más rápida que la racional o sea consciente. Aquí, la toma de decisiones surge antes de que la podamos razonar, así como un impulso, pero, ¿qué es lo que guía esta fugaz elección? Está claro: la recompensa a corto plazo: la satisfacción inmediata, el placer que podemos obtener al elegir. Como parte de su contenido es por así decirlo, inconsciente, nos empuja a decidir antes de ni quisiera pensarlo, evaluarlo (ponte delante de algo que te guste mucho y verás como el primer impulso es comerlo o cogerlo lo antes posible).
Bueno ya sabemos que esto ocurre y que nuestro primer impulso está condicionado por esa parte de nosotros que busca una satisfacción y recompensa lo más rápidamente posible. Al conocer esto, puedo ahora dudar de esta elección, y ver los beneficios a medio y largo plazo: realizar un análisis minucioso de mi elección. Al analizar la elección, nos podemos preguntar qué consecuencia puede tener a corto, medio y largo plazo. Por ejemplo, ante una taza de chocolate con sus correspondientes churros, está claro que nos decantamos por zampárnoslos cuanto antes. Si nos acude alguna duda, a veces lo que hacemos es buscar la confirmación de los demás, “¿tú qué vas a hacer, te lo vas a pedir?, ¡ah! Pues yo también”. Ya tenemos un cómplice y tenemos claro lo que vamos a hacer. Ahora bien, ¿a corto plazo, qué consecuencias tiene la ingesta de ese caliente y exquisito manjar, y a largo plazo? “Por hoy no va a pasar nada”, ¿seguro? A largo plazo, después de repetidos atracones, (ese “por un día no pasa nada”, tiene muchas posibilidades de convertirse en norma), lo que nos puede pasar es que no entremos en esos pantalones pegados de cuero que nos costó un dineral. Sé que es un ejemplo exagerado, pero, más o menos así funcionamos.
«Una forma de tomar una buena decisión es observar, “imitar” la decisión de otros, ver qué les ocurrió a ellos cuando decidieron una u otra vía» |
Una técnica muy efectiva para conseguir un mayor nivel de satisfacción vital, es precisamente esto; postergar algo que deseamos mucho por unos minutos o unas horas. El nivel de deseo habrá descendido y habremos reforzado la parte cerebral que controla los impulsos. Ya sé que puedo analizar y ver que mis decisiones tienen consecuencias que quizá no había previsto, o que había ignorado. Pero, siempre existe un pero, ¿verdad?, también tengo que tener en cuenta otro factor: el cerebro nos engaña. Casi todas las elecciones que tomamos implican predecir el futuro. Imaginamos cómo nos hará sentir una u otra elección, y buscamos aquellas que nos harán más felices. Este pronóstico emocional, cuenta con una importante falla, sobreestimamos el impacto de los resultados de la decisión; pensamos que lo que elegimos nos hará más felices de lo que realmente nos hará. Como afirma el mencionado Dan Gilbert; “las consecuencias de muchos acontecimientos son menos intensas y cortas de lo que la mayoría de la gente imagina”; vamos, que si te tomas el chocolate con churros, no serás tan feliz como crees que lo serás. Otra trampa, es la denominada “aversión a la pérdida”; la creencia de que una pérdida nos hiere más de lo que realmente nos dolerá, y no es así. El ser humano tiene esa capacidad de resiliencia, de racionalizar el dolor para poder superarlo (vaya, que no te vas a morir por dejar esos tentadores churros, te repondrás rápidamente).
¿Y qué hacemos pues ante una difícil toma de elección? Podemos prever las consecuencias a medio- largo plazo, controlar y evaluar ese primer impulso que quiere ser satisfecho de inmediato. Por otra parte, no hay nada nuevo bajo el sol: una forma de tomar una buena decisión es observar, “imitar” la decisión de otros, ver qué les ocurrió a ellos cuando decidieron una u otra vía: si mi prima Mari se cayó en un charco en la Avenida Alcantarilla, lo mejor será que yo tome otro camino. Evaluar, pedir consejo, imitar las elecciones de otros y saber algo muy importante, lo que decidas no te hará tan feliz como crees, ni tan desgraciado como imaginas. No tener miedo a elegir; no preocuparse y sí ocuparse. Y lo más importante, escuchar al corazón, que es el mejor maestro. Decidas lo que decidas, que sea lo mejor para ti y para los demás. Cuantas más personas se beneficien de tu decisión, más acertada será.
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