Vivimos una época, siempre ha sido así, en la que todo es objeto de queja, todo nos parece mal, todo nos afecta de manera personal. Respondemos quejándonos, una forma pasiva de actuar, que nos enemista con nuestro alrededor.
La culpa de lo que nos ocurre, siempre está fuera; son las circunstancias, creemos, las que determinan todo lo que nos pasa, las causantes de todos nuestros problemas, por tanto, éstas, son las responsables y no nosotros. Si no nos hacemos responsables de los que nos ocurre y echamos la culpa a nuestro entorno, caemos cómo no, en la improductiva queja, una y otra vez, como un bucle acusaremos a los demás, a los políticos, a la sociedad, al mundo, de todo lo que nos pasa. A nivel general eso es lo que observo, en la calle, en la prensa, en la televisión; quejas y más quejas, críticas por doquier ¿Qué ocurría si nos detuviésemos y empezásemos a analizar nuestra vida y a preguntarnos de qué somos responsables?
Llega un momento en el que esta pregunta nos mira de frente, nos sienta, nos paraliza, nos hace volver la vista atrás, para que seamos capaces de ver cómo somos nosotros los máximos responsables de nuestras circunstancias actuales. La valentía y la humildad se tornan pasajeras en este insólito viaje a uno mismo, caen una a una todas las capas que nos hemos inventado, todos los disfraces que nos hemos puesto, todas las vendas. Empezamos a vernos, asumiendo nuestra responsabilidad, y algo más importante, nuestra capacidad para transformar las cosas, ya que somos el motor de todo lo que nos ocurre.
Este viaje nos lleva a comprendernos, a entendernos. Ahora, nos movilizamos y somos capaces de avanzar, con la responsabilidad que somos y tenemos para asumir la vida, para determinar qué actitud decidimos tener ante ella. La queja no tiene cabida porque sabemos que los demás no son responsables ni culpables de nada.
La queja dejaría de existir, por su inutilidad, y podría comenzar la construcción de sociedades responsables que asumirían su papel autodeterminista y su capacidad de transformación comunitaria. De forma paralela, este estado de comprensión intrínseca se ampliaría a otras realidades, a otras sociedades (barrios, pueblos, ciudades, países), aparecería la cohesión, el respeto, la ayuda, el crecimiento mutuo y la solidaridad: llegamos a entender que nadie es nuestro enemigo, que somos lo que somos debido a la actitud que hemos desarrollado; que somos responsables de cómo hemos afrontado las circunstancias.
Para mí, la crítica a los demás es la actitud que más daño nos hace, en una sola frase hemos etiquetado a una persona, la hemos humillado, juzgado y sentenciado. Todo este proceso de escarnio público, lo hacemos tanto de forma individual como de forma grupal, comunitaria, global. La crítica, otra forma de queja, nos deja libre de culpas, además de inmaculados y con pleno derecho a culpabilizar, a enjuiciar a los demás.
Espero que la vida nos siente pronto a todos, que nos mire directamente a los ojos y nos haga reflexionar como personas, barrios, pueblos ciudades, países, sobre nuestra responsabilidad y también sobre nuestra capacidad para transformar la realidad, ya no acusando al exterior de nada, sin quejas, asumiendo que somos los únicos y últimos responsables de lo que nos ocurre. Sólo así podremos comprender, perdonar, entender y movilizar todos nuestros recursos para ayudar y paliar el sufrimiento de los demás y así el nuestro.
“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”
“Si A es el éxito en la vida, entonces A=X+Y+Z. Donde X es trabajo, Y es placer y Z es mantener la boca cerrada”
Albert Einstein
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso