Una interpretación del texto evangélico (Mt. 4, 19) afirma: “Los pescadores son los hijos de Dios, el mar representa el mundo, los peces son las personas que aún no conocen a Jesús, la carnada simboliza la Palabra de Dios, y es Jehová de los ejércitos quien proporciona el crecimiento”.
Se me ocurre que, reflexionando, podríamos equiparar estas frases –sin intento de comparación alguna– con las intenciones demostradas, tiempo atrás y muy recientemente, por casi todos los sectores políticos de nuestro entorno.
Los pescadores son los líderes a la búsqueda desesperada de apoyos. El mar, el ámbito de vida, propio de cada uno. Los peces y la carnada, la situación de todos nosotros, en proceso de valorar lo ofrecido, picando aún sin tener seguridad de su bondad, pues casi nunca comprobamos la fecha de prescripción. Y el hacedor de crecimientos, el factótum que nos empuja, con sus consejos, a navegar por aguas procelosas, intentando despachar nuestros principales negocios.
Me pregunto si a los humanos nos pasa, como a algunas especies bien conocidas por los expertos, que volvemos siempre a desovar en las mismas fechas y en los mismos ríos, sin que tengamos la posibilidad real de elegir otros rumbos –algunos lo achacan al “destino” –.
Lo que quiero decir es que necesitamos, con urgencia y como tarea común, definir la “hoja de ruta” de aquellos que nos representan y gobiernan las instituciones de nuestro país, poniendo coto y condiciones legales a sus actividades no regladas.
El ahorro en el gasto público y la inversión acertada deben primar la gestión. El nepotismo debe pasar a ser un mal recuerdo. Las decisiones, consensuadas solidariamente. El espíritu solidario, por encima de cualquier otra opción. Y, desde luego, sin dejar a un lado la revisión de lo prometido y aún no cumplido.
Que hasta en la pesca las leyes y sus normas son aplicadas en razón a no acabar con los caladeros, protegiendo al consumidor y a la vida misma.
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de
Ramón Burgos
Periodista