Habré pasado cientos de veces, por una y otra acera, y nunca había fijado mi atención en los relieves de la fachada del Instituto General y Técnico –más conocido por “el Padre Suárez” –: a manera de rosetón, las artes son reconocidas a la izquierda, mientras que las ciencias lo son a la derecha (siempre desde el punto de vista del espectador, que no con mirada de estricto protocolo).
Siempre tuve especial respeto por esta institución educacional y por sus adelantados métodos de formación, aunque no fuese hijo de aquellas aulas. Las conocí en los exámenes de bachiller y preuniversitario. Eso sí, más tarde y por razones profesionales, tuve la oportunidad de frecuentar su excepcional museo.
Pero volviendo al principio de esta reflexión, me gustaría plantearos una idea que ronda en mi cabeza desde hace varios años y que sobreviene cuando, como es el caso, algo, al respecto, llama mi atención: la enseñanza de las artes y las ciencias, al menos en los primeros ciclos de la educación, no deben ir separadas y deben tener la misma importancia.
Y la no separación e importancia a las que me refiero no sólo pueden ser valoradas por una presencia equitativa en los programas anuales, sino que depende del interés y del esfuerzo que se les aplique, día a día, en las aulas.
Como ejemplo –negativo– tengo muy cercana la dificultad, casi imposibilidad, de poder leer y, en consecuencia, entender los escritos que los adolescentes de último curso colegial me han enseñado, con orgullo de un trabajo bien hecho.
Al respecto, entenderéis que me reitere en la necesidad inaplazable de un “pacto de estado”, serio y duradero –como siempre debió ser– que evite, de una vez por todas, preguntas como la de “¿para qué tenemos que aprender ortografía si ya el ordenador corrige el texto?”; o aquella otra referida a los grandes creadores españoles: “¿Falla, Azorín, Miguel Hernández, Cervantes…?, para eso está san Google bendito”.
Y mientras tanto, algunos se empecinan en poner el acento en el menester de distinguir las “noticias falsas” de las “verdaderas”… ¡Ninguna casa se comienza por el tejado!
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de
Ramón Burgos
Periodista