Frases brillantes, asertos convincentes, cosas estupendas nos dicen los filósofos, los eruditos y los escritores sobre la Historia, que si maestra de la vida, que si memoria colectiva, aleccionadora de sociedades, orientadora de mandantes o freno de dirigentes perturbados… Sin embargo, nada de esto es cierto, aunque bien es verdad que podría serlo.
Pero no. Porque miles de años de guerras, crueldades y abusos de unos contra otros nada han enseñado a la humanidad: basta que se den las condiciones de crisis económica fuerte, alta tensión social o internacional o fronteriza, y excitación de masas por algún carismático iluminado, enfermo de fanatismo, para que en cualquier lugar del mundo salte la chispa de la violencia y se prenda de nuevo un devastador conflicto bélico, alimentado otra vez por los fabricantes de armas y los intereses de poderosas y perversas corporaciones. La Historia, por muy maestra que se diga, no nos libra ni previene de estos riesgos, aunque sí los señala y advierte, pero, dada la cegazón de los humanos, sin efectividad o solución real alguna.
La Historia es un hondo pozo donde bullen las aguas negras de la sempiterna maldad humana. Circunscribiéndonos al caso nacional y a los dolorosos acontecimientos del último siglo, en cuyo magma se hunde y a la vez se alza el presente, observamos cómo la Historia sólo podría aleccionarnos con sus enseñanzas, acaso, si a aquellos sucesos nos acercásemos libres de prejuicios y sobre todo libres de ideología. Sólo nos calaría con sus benéficas lecciones si la estudiáramos liberados de las condicionadoras anteojeras de la subjetividad, lo cual es de muy difícil logro, porque la inmensa mayoría entra en sus páginas de viento pasado, no para encontrar razones ni para comprender hechos, sino para reforzar sus previas posturas y reafirmarse en sus inamovibles posiciones.
«La Historia es un hondo pozo donde bullen las aguas negras de la sempiterna maldad humana.” |
Y no digamos nada si ello, encima, es atizado por gobiernos irresponsables que meten sus zarpas en penosos acontecimientos históricos, no demasiado lejanos como fue la guerra civil de 1936, con la indeseable consecuencia de despertar en la sociedad dormidos rencores, avivar pretéritos odios y remover y enturbiar las aguas que de milagro permanecían sosegadas en el frecuentemente agitado mar de nuestra Historia.
Si a ello añadimos subvencionados y muy propagandeados historiadores que no paran de vomitar odio a través del conducto de sus libros, artículos o entrevistas, odiadores recalcitrantes, completamos un desolador panorama de nuevas tensiones sociales entre españoles que parecía cosa ya de otro tiempo y definitivamente superada. Pues no.
La todavía vigente ley llamada de Memoria Histórica, con toda su parafernalia removedora de muertos, de nombres y de estatuas, que no son otra cosa que pura Historia, excitó el guerracivilismo a que tan proclives somos los españoles. He aquí el tinglado de la antigua guerra. He aquí la guerra civil de los cien años.
Cuando determinados políticos se ponen a menear las aguas de otras épocas, un desagradable mal olor sube hasta nuestras narices. Usan la Historia, y hasta la hacen ley, como coartada para sus intereses partidistas e ideológicos. Y la manipulan y adulteran. O insidiosamente tratan de.
El agua de la Historia, desde muy hondo, viene contaminada de todas las maldades humanas. Por ello, está muy en su sitio si permanece envasada en los archivos, en libros imparciales o en asépticos documentales de la televisión, pero resulta peligroso que interesados manipuladores la extraigan de los pozos de antaño para derramarla, vivificada, por los campos del presente. Porque entonces riega las semillas del odio y hace brotar de nuevo las plantas del enfrentamiento.
Pero eso a sus impulsores les da igual. Y además les da lo mismo. Siguen patéticamente empeñados en ganar la guerra ochenta años después de haberla perdido. Y las guerras se ganan en su momento y contra ejércitos vivos, no tres cuartos de siglo después, empleando mucho aquí estoy yo, mucha valentía y mucho arrojo contra un inerte ejército de difuntos.
No nos dejan en paz. Hablan, para justificar toda esta irresponsabilidad y deslealtad, de que España no ha superado el trauma de la guerra. ¿España? ¿O la parte de España que ellos representan: la que no está dispuesta a perdonar su propia derrota? Sí, la que demuestra en cada acción un pueril trasfondo de revancha, y muy dañino: pero ¿revancha contra quién? ¡Si ya no queda nadie! La que no respeta el espíritu reconciliador de la Transición. La que se venga sustituyendo los nombres de las calles. La que censura los textos que no concuerdan con su postura. La que intenta borrar o justificar las masacres cometidas por sus milicianos y milicianas, que, como todo el mundo sabe, eran unos seres angélicos y sensibles que lucharon beatíficamente, en pro de la humanidad, frente a una terrible cohorte de azufrados demonios venidos directamente de los infiernos: ¿cómo no iban a perder. La que permanentemente reactiva las heridas que son de todos y no sólo suyas. La que levanta monumentos a aquel enorme agitador que fue Largo Caballero, quien mitineaba por todos lados que “la clase obrera tiene que hacer la revolución, y si no nos dejan, iremos a la guerra civil”… La que desorbita las cifras de represaliados y por el contrario nunca reconocerá su responsabilidad directa en alimentar el ambiente de odio contenido y violencia latente que al final estalló y derivó a terrible guerra entre hermanos.
Como nunca reconocerá tampoco que los vencedores contaron, tanto en la guerra como en la posguerra, con el apoyo o aquiescencia de al menos la mitad de los españoles. Ni que, de haber triunfado ellos, España habría caído directamente en la órbita soviética, y, entonces, dado el comportamiento “humanitario”, “democrático” y “reconciliador” que estalinistas rusos o más adelante maoístas chinos, etc., demostraron practicar con sus aterrorizados compatriotas, entonces, se hubieran estremecido de espanto las raíces de Iberia.
(NOTA: Este artículo de Juan Chirveches ha sido publicado en las Ediciones de IDEAL Almería, Jaén y Granada en la edición correspondiente al 29 de julio de 2019)