Aunque no lo creáis la frase, escuchada de forma repetitiva por tierra, mar y aire, “agosto ya no es agosto”, comienza a serme muy familiar; diría que hasta cotidiana.
Y lo más sorprendente es que quienes la utilizan no sólo se refieren al “cambio climático” o a las “merecidísimas vacaciones”, sino también –y con acento especial– a la no presencia de determinados personajes, considerados como habituales e imprescindibles en nuestras playas o montañas.
No quiero creer que estas destacadas desapariciones tengan algo que ver con dudas económicas sobre el futuro o con lagunas mentales sobre lo ocurrido años antes. Más bien me inclino a pensar que, como le pasa a nuestro planeta, lo seguro –la lluvia, el calor, la nieve, el viento, etc. – se está convirtiendo en inesperado, incluso hasta en desconcertante.
Quizá, también, puede suceder que las costumbres estén cambiando a ritmo de vértigo. Las ideas actuales sobre el descanso, el ocio o la tregua, no se parecen en modo alguno a las que, por ejemplo, hace cincuenta años se consideraban como indiscutibles.
Y es que, no me cabe duda, tendremos que adaptarnos, con paciencia y fe (pero sin perder la esperanza y la determinación de desarrollar nuestras creencias), a los nuevos ritmos de vida, pues la música de las ciudades ya no es la misma; y la letra, tampoco.
A ciencia cierta, no estoy seguro de si todo lo dicho responde a un intento gafe de reeducación en la “escuela de la existencia”, diseñado por terrícolas o extraterrestres para un “mejor gobierno” –los informativos y las series televisivas sobre los alienígenas comienzan a tener un gran contenido en común–.
En todo caso yo prefiero seguir paseando por las calles y rincones de nuestra provincia para encontrarme –en el más amplio sentido de la palabra– con las gentes que nos han hecho fuertes y que nunca han dado tregua a la defensa de la verdad.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista