Las últimas y resonantes sentencias de los tribunales, propios o ajenos pero que acatamos sumisamente como propios, nos sumergen en el más hondo de los desánimos, en la más profunda de las vergüenzas. Y completamente defraudados, sólo nos queda el consuelo de ir a refugiarnos, o de aislarnos, bajo el manto sonoro del concierto para flauta de Saverio Mercadante.
Escandaloso lo de Marbella. Escandaloso lo de Estrasburgo. Escandaloso lo de…, da igual, porque es un no parar: ¡entre los unos y los otros estamos apañados!…
Se van de rositas. Todos se van de rositas. De rositas quienes convirtieron multitud de ayuntamientos españoles en pestilentes cuevas de ladrones: alcaldes, concejales, asesores, constructores, arquitectos, empresarios y toda la pegajosa grasa que les rodea.
Lo hemos visto.
Proporcionalmente de rositas quienes asesinaron a muchos inocentes de la manera más alevosa, cobarde y ruin: repulsivos violadores, repulsivos terroristas que llevan tatuada en sus sanguinarios rostros la marca indeleble de la chulería y de la maldad.
Lo estamos viendo.
Y de rositas se irán también los altos chorizos de los conseguimientos, y alrededores. De rositas los subidos políticos receptores de sobres cargados con dinero negro; de coches de alta gama que no se habían dado cuenta, oh despiste, de que anidaban en sus garajes, o de áticos de lujo que no consiguen explicar, de forma diáfana, cómo los pagaron. De rositas los sindicalistas rateros. De rositas los randas autonómicos de fraudulentos expedientes de regulaciones de empleo, millonarias subvenciones ilegales y adquisiciones, mediante testaferros, de largos olivares en Jaén y anchas posesiones en Marruecos. De rositas los financieros truhanes que nos hundieron en la crisis, y de rositas los intocables banqueros que acumulan enormes botines de dinero opaco evadido a los paraísos fiscales.
Lo veremos.
¡Aquí nadie es responsable de nada! ¡Aquí no hay responsables, sólo irresponsables y caraduras que campan y campean a sus anchas por los corrompidos predios del semidescompuesto Estado!
Desde hace ya algún tiempo, se escribe, se conversa y se tertuliea mucho sobre la necesidad de una honda regeneración de la vida pública. ¡Y no sólo de la pública!, añadiría yo, si me lo permiten los amables lectores, sino de todo y de todos…
Ahora bien, ¿cómo afrontar la anhelada regeneración moral del conjunto de la sociedad española con este desalentador panorama? ¿Cómo creer que se puede llevar a cabo la urgente regeneración política, de que tanto se habla, teniendo al frente a esta tropa?
«Está siendo abortada en medio de la putrefacción institucional: política, sindical, bancaria, financiera… Y con la complicidad evidente, una vez más, de la carencia crítica, de la falta de empuje y de la insufrible indiferencia o dejadez de la población» |
Una tropa política, como sabemos, autoalzada a nueva aristocracia: la neoaristocracia del poder, que se autoerige en casta privilegiada y abusadora a la cual interesa que nada cambie y que, por tanto, se limita una vez más a capear el temporal de la por todos deseada regeneración, dando unos brochazos de cal por aquí, una mano de pintura por allá…, pero que no está dispuesta a asumir ni a afrontar la auténtica regeneración, porque ello implicaría, necesariamente, un profundo cambio, una renovación a fondo de las estructuras políticas que conforman el actual Estado, y eso no les conviene por cuanto perderían buena parte de su poder, de su control y de sus privilegios. Y porque alguien podría demandarles las cuentas que hoy nadie les demanda…
Y así, la tan necesaria regeneración moral y política -o la regeneración moral de la política-, que insistentemente les pedimos un buen número de indignados ciudadanos, se convierte en una quimera, mientras esperan y aspiran, con indestructible mezquindad, a que la dudosa mejoría económica relegue al olvido las sensatas peticiones del pueblo que dicen representar, pero al que no representan, porque colocan los intereses de su facción política, y los personales, por encima de los de la nación.
La regeneración se ha convertido o, mejor, sólo fue una fantasmal ilusión, una pura quimera, un noble deseo que quedó abortado en medio de la putrefacción institucional: política, sindical, bancaria, financiera… Y con la complicidad evidente, para colmo, una vez más, de la carencia de sentido crítico, de la falta de empuje y de la insufrible indiferencia o conformismo de la población.
Juan Chirveches
Publicado en el diario Ideal. Granada, 20 de noviembre – 2013