Según la Orden de 20 de junio de 2011, por la que se adoptan medidas para la promoción de la convivencia en los centros docentes públicos, el protocolo de actuación con el alumnado agresor contempla las siguientes medidas correctivas: las correspondientes actuaciones educativas del Plan de Convivencia del Centro y que se aplican en el aula de convivencia, o en su caso, programas y estrategias específicos de modificación de conducta y ayuda personal, y derivación, si procede, a servicios de la Consejería competente en materia de protección de menores. Vemos que el propio centro puede adoptar las medidas que considere oportunas con el alumnado agresor, y que la legislación contempla actuaciones, pobres, difusas y poco orientativas, sobre qué hacer con éste.
Las investigaciones educativas se han centrado más en el alumnado víctima del acoso. No pasa lo mismo con el perfil del alumno agresor, ya sea tanto activo como pasivo (el alumno que observa la situación de acoso). Recientemente aparecen investigaciones, sobre todo en Europa y Australia que se ha centrado en analizar las causas de la violencia en las aulas y el perfil del alumno agresor. Son tres las causas que se han identificado: la crianza de la famita, el rechazo social y la intimidación.
Para mí la causa fundamental es muy concreta: la violencia en las aulas es el reflejo de la violencia general en la que estamos sumidos, una es hija de la otra, un fiel reflejo de lo que ocurre todos los días en cualquier rincón del mundo. Y para mí, existe otra causa fundamental: la aparición de olas fenoménicas provocadas por una sobreinformación y sobredifusión; cuando el foco de atención e información de los mass media y de las redes sociales se centra en un hecho concreto, aparece el efecto de imitación.
Si entendiéramos que lo que está pasando en las aulas es lo que hemos fecundado, gestado y engendrado como sociedad; comenzaríamos a responsabilizarnos de que es nuestra violencia la que causa la violencia en las aulas y desde esta responsabilidad, como sociedad consciente, comenzaríamos a definir actuaciones concretas para paliar lo que hemos creado.
Mientras esto ocurre (puede que nunca ocurra), las líneas de intervención deberían estar claramente definidas no sólo, o especialmente, en protocolos de actuación cuando se ha producido el acoso, sino que estas líneas deberían estar incluidas en el currículo como un elemento más. Estas líneas curriculares, se fundamentarían en la prevención, sobre todo en acciones preventivas durante las etapas educativas iniciales. Continuarían en todas la etapas y procesos educativos; así las asignaturas “Inteligencia Emocional y Social”, “Gestión y resolución de conflictos”, “Comunicación”, “Mindfulness”, tendrían la misma consideración que “Matemáticas”.
Y hasta que esto pase, si pasa, con los pocos recursos y apoyos que en esta dirección disponen los centros educativos, nos queda la esperanza de que el empuje educativo de legisladores, investigadores, familias y profesores responsables, pueda, de alguna manera, ayudarnos a ser conscientes de que todos somos responsables de todo lo que nos ocurre como sociedad, y que en estos momentos estamos muy enfermos. No podemos culpabilizar a nadie de lo que nos pasa, debemos voltearnos, mirarnos y comprender que somos el resultado de lo que hemos hecho y que sólo el amor nos podrá salvar de toda esta locura.
Y el amor como sociedad; como unidad que somos, comienza por entender, comprender, perdonar, abrazar, aceptar, responsabilizarse y transformarse, a uno mismo y a los demás.
“Lo que eres es lo que has sido. lo que serás es lo que haces a partir de ahora”. Buda
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso