Todos hemos experimentado miedo; esa reacción fisiológica y psicológica ante un peligro, real o imaginario, en el que nuestro cuerpo se dispone a escapar, evitar o atacar ya que bajo éste creemos que no tenemos capacidad de control ni de predicción de lo que pueda ocurrir.
El miedo se convierte en ansiedad cuando aparece ante estímulos neutros y hay una excesiva preocupación ante la idea de posibles peligros constantes, lo que puede llegar a provocar ataques de ansiedad (miedo al miedo), nuestra reacción fisiológica es la misma, por ejemplo, ante un examen que ante un león.
Pero hoy no quiero detenerme en una acepción psicológica del miedo y sí, más bien filosófica. Para mí, existe un miedo, que, sin llegar a ser un trastorno lo padecemos todos y es la principal causa de infelicidad: el desconocimiento del propio miedo. En esta inconsciencia vital, el miedo se disfraza de todas las emociones negativas que sentimos, tanto primarias (tristeza, ira, etc.); como secundarias (culpa, vergüenza, celos, envidia, etc.). El miedo se apega, se aferra siempre a algo, ya sea una posesión, una persona, un estatus, etc. y hará todo lo posible para que nadie le arrebate aquello que es “suyo” (ni siquiera la muerte).
El miedo a perder y el deseo a poseer, nos hacen sufrir constantemente. Por todos lados vemos amenazas y carencias, lo que provoca un estado de inestabilidad.
El miedo nos impide hacer lo más importante en esta vida, para lo que realmente estamos aquí: amar. Donde hay miedo no puede existir el amor. El amor confía en la vida, en las personas, el miedo por su parte nos hace desconfiar de todo y de todos, nos paraliza, nos aísla. Nos hace temer al futuro, al rechazo, a la soledad, al fracaso, a la vida en general, limitando nuestra existencia.
El miedo nos hace creer que perdemos lo que en realidad no tenemos. Y, ¿cómo podemos convivir con este miedo? Reconociéndolo y aceptándolo, elegir amar; elegir “ser” antes que “tener”. En definitiva, asumir que la muerte solo nos llevará a nosotros. En nuestro último receptáculo no hay cabida para nada más.
“El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar” Francisco de Quevedo
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso