Es un gran conversador con los pensadores del pasado. Esto es lo que hemos hecho. Esto es lo que sabemos y sentimos. Somos una especie que ha cavilado con profundidad sobre nuestro exterior y nuestro interior. Y digo que se ha apropiado, y no estudiado, en sentido erudito y epitelial, porque es alguien que habla sintiendo cada palabra que dice, que hace suyo lo pensado, que siente pensando y piensa sintiendo. El pensamiento parece nacer al hilo de su discurso. No son palabras muertas. Se cuenta entre las pocas personas que hablan con propiedad, sabiendo de dónde vienen las palabras, cómo rezuman significado, rebañando en ellas todo su jugo.
Entre tanta inanidad, debiéramos en un último gesto dejar de ser vulgares y al menos reconocer la grandeza cuando se halla próxima. En otro caso habremos abdicado de la excelencia. Sus palabras fueron heroicas, trágicas, pregnantes. Nos legó el jugo exprimido de muchas horas de reflexión, con la candidez del sabio que se maravilla como un niño ante lo que dice, con la sencillez y el rigor que un pedante nunca imaginaría. La actualidad nos apabulla con la sobreinformación y nos impide distinguir el grano de la paja. Pero unos saben más que otros, y reconocer esa distancia es el primer paso que se da en el largo camino hacia la sabiduría.
Estamos indigentes de pensadores de esta altura y honestidad intelectual. Las voces, que quieren imponer su razón con decibelios, no nos dejan oír la voz escondida, mesurada, dubitativa, crítica y autocrítica y aún así comprometida. Nuestra conciencia nos permite observar el universo. El universo puede auto-observarse gracias a nuestra conciencia. Es el espectáculo más maravilloso y asombroso que pueda existir, espectáculo sin embargo no exento de congoja.
Queremos seguir aprendiendo de usted. Muchas gracias, maestro.
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