La impunidad es, en la práctica, un líquido viscoso y transparente, como el fluido de Cowper, que todos conocemos pero no sabemos identificar. Una secreción que se va filtrando, poco a poco, por todas las capas y estamentos sociales. Desde la cúpula de la pirámide social hasta su base. Del poder a la precariedad. Al cabo de un tiempo, sin darnos cuenta, todo acaba impregnado de esta sustancia pegajosa. De lo más nimio a lo más valioso.
La impunidad es, además, un fenómeno muy antiguo sobre la Tierra. Muy común en aquellos países que carecen de una tradición democrática, sufren la corrupción política o donde el poder judicial es débil y las fuerzas de seguridad están protegidas por jurisdicciones especiales o inmunidades. Territorios y sistemas políticos que, en teoría, son fáciles de identificar.
Sin embargo, una simple consulta en Internet descubre una mayor dimensión del término. Un gran repertorio de temas y un panorama internacional de luchas: contra la impunidad judicial y diplomática, de las sentencias y los crímenes, de las guerras y los dictadores. De toda clase de delitos y faltas. Desde los homicidios en México y Colombia a la catástrofe medioambiental del Prestige.
Existe incluso un Día Mundial contra la Impunidad: el 23 de noviembre. Un día dedicado a exigir justicia para los periodistas que han sido objeto de amenazas y atentados por ejercer su derecho a la libertad de expresión. Este día marca el aniversario de la masacre de Ampatuan en 2009, cuando 34 periodistas y trabajadores de los medios fueron asesinados en Filipinas. Hasta la fecha, ninguno de los responsables ha sido llevado ante la justicia, como en tantos otros casos.
Hay más. Un blog personal, y sin embargo anónimo, titulado “contra la impunidad ya!”, afirma que «hay una sensación generalizada de que todo lo que está pasando en España, y en el mundo, se ha escapado del control de las sociedades democráticas». La página pretende ser fuente de información sobre los escándalos del poder y aportar una visión propia para acabar con la corrupción política y financiera española.
Pero, como decíamos, la realidad es siempre más compleja. Existen muchos tipos de impunidad que no llegan a tener la visibilidad mediática de los grandes delitos, pero que tienen idéntica trascendencia social. Se trata de una impunidad doméstica, de andar por casa, de segunda división incluso. La impunidad de la calle. De la escuela. Del trabajo. De la comunidad de vecinos. La que nos afecta a todos. La que se ha filtrado, poco a poco, desde el poder por todas las capas y estamentos sociales. Y lo justifica.
Impunidad desde la escuela, cuando las leyes educativas permiten que los alumnos pasen de curso sin demostrar el mínimo esfuerzo y con un lote de asignaturas suspensas. También cuando los centros, los profesores y el propio sistema educativo tolera con absoluta normalidad la falta de disciplina, de conocimiento y lo que es peor, las situaciones de acoso escolar. Cada vez más graves y numerosas.
Impunidad es consentir que muchos empleados pierdan el tiempo en sus oficinas, mientras la otra mitad de la población sufre en la calle el paro, la precariedad o la miseria. Impunidad es acudir a una consulta médica o a un despacho profesional y pagar en metálico, sin tarifa ni facturas. Lo es intentar evadir los impuestos que sufragan nuestros bienes y servicios. Abusar, además, de las urgencias de los hospitales, de los fármacos y de las subvenciones, cuando no son estrictamente necesarios.
Aunque no lo parezca, impunidad es también andar por una acera y tener que protegerse de otros ciudadanos que transitan en bicicleta a gran velocidad. Subirse a un autobús urbano y que nadie -ni jóvenes ni adultos- cedan a los ancianos los asientos reservados. Conducir a toda velocidad por una autovía con una mano en el volante y la otra en el teléfono móvil. Impunidad es, en definitiva, haber llegado al convencimiento de que nos merecemos todos los derechos y ninguno de los deberes.
Detrás de un daño que merece castigo, no siempre hay un procedimiento delictivo o una falta tipificada, por mucho que nos empeñemos a veces en buscar responsabilidades civiles, penales, laborales o administrativas. A veces, solo se trata de una falta de civismo o de educación que se ha ido transformando en una mala costumbre y ha dado lugar a un comportamiento socialmente aceptado. Pero, en todos los casos, grandes y pequeños, delitos o no, siempre habrá una responsabilidad moral.
Lamentablemente, vivimos en una sociedad donde reina la impunidad. La cultura de la impunidad. Una impunidad absoluta que alcanza un buen número de comportamientos cotidianos y a gran parte de la población. Una sociedad donde los grandes delitos no encuentran suficiente castigo, ni la corrupción parece tener consecuencias. Aunque sea insoportable. Donde tampoco existen ya límites morales para el resto de los ciudadanos. Vivimos en una comunidad donde nunca pasa nada. Un país grande, pero muy pegajoso. Impregnado por completo de un fluido viscoso. Donde el tiempo pasa y la impunidad permanece.
Julio Grosso Mesa
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