En estos días, observando los disturbios ocasionados por el problema catalán, he comprobado que la mayor parte de los manifestantes y, sobre todo, de los que integraban los grupos violentos, eran muchachos jóvenes, muy jóvenes. Y ello me ha dado pie a una reflexión: la juventud está llena de energía y la energía bien encauzada suele dar magníficos frutos. Entonces, ¿qué es lo que falla?
En primer lugar el sistema educativo. Desde que en nuestro país se implantó la nefasta LOGSE y luego todas sus secuelas, el nivel de conocimientos y de espíritu crítico de las generaciones que iban llegando descendió de manera alarmante. Muchos de los que ahora vociferan en las calles tal vez tomarían otra actitud si se dieran cuenta de que la existencia de una hipotética república catalana no iba a cambiar en mucho sus vidas y que esta lucha por la independencia al final sólo beneficiaría a algunos políticos y a ciertos sectores de la alta burguesía.
A este respecto, también cabría preguntarse: ¿Todos esos muchachos antisistema que vienen desde distintos puntos del mundo a sumarse a una causa tan particular, no serán precisamente y sin darse cuenta de ello, marionetas del gran capital cuyo secreto empeño no es otro que el de debilitar los estados y empobrecer sus economías a fin de someterlos mediante deudas impagables?
En segundo lugar, considero que el mayor error de nuestra democracia fue consentir que las competencias de Educación pasasen a las autonomías. El hecho de que en España no exista una doble vuelta en las elecciones, como ocurre en Francia, o de que no gobierne el partido más votado nos ha convertido en rehenes de unas minorías cuyos intereses son totalmente contrarios al Estado. Éste es el talón de Aquiles de nuestra Constitución.
¿Se podría dar marcha atrás en esto? Resultaría muy difícil, pero no imposible. Si ahora nos llueven las algaradas, una medida de este jaez nos podría conducir a otra guerra civil, a menos que se
realizara con prudencia y de manera paulatina. Por ejemplo, habría que implantar en todas las comunidades dueñas de un idioma propio que todos sus ciudadanos en los colegios, institutos y universidades públicas contasen con la posibilidad de escoger educarse en ese idioma o en el español, indistintamente.
En tercer lugar, y acaso este sea el punto más importante, habría que encauzar toda la fuerza y la vitalidad de esa juventud por unos caminos o unos ideales más dignos que los del rancio nacionalismo decimonónico. Existen problemas mucho más acuciantes: la lucha de clases, la injusticia de las guerras imperialistas, la falta de cooperantes en las zonas más míseras
del planeta…
Y finalmente me pregunto: ¿Cuántos de esos insatisfechos que hoy levantan barricadas en las calles se abstendrían de hacerlo si tuviesen un trabajo digno y estable?
FERNANDO DE VILLENA. GRANADA
(Nota: Este texto se ha publicado como Carta al Director en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al miércoles, 30 de octubre de 2019, pág. 27)