A través de mi ahijada Marga, me llega esta estremecedora y grandiosa historia de amor. Ya he escrito y manifestado mi sensibilidad a flor de piel por estos temas, ya que me afectan tan cerca que el corazón me grita a cada momento. La historia real dice así…
Cuando Loreto tenía 42 años la enfermedad tocó en su puerta. En 1986 poco o nada se conocía del diagnóstico. De hecho fue en La Coruña donde le abrieron los ojos. Aquí no sabían nada. La entrega de Sindo, su marido, ha sido tal que, como no tenía donde dejarla, se la llevaba al trabajo: si tenía que hacer repartos, la sentaba en la camioneta, taponaba la puerta contra la pared para que no escapara, y así… años.
Esta no es la historia de una mujer enferma. Es una historia de amor, de lo contrario es impensable que Sindo Fuentes y Loreto Barrasa hayan vivido con el Alzheimer a cuestas, luchando cada vez contra olas más altas pero teniendo a mano el chubasquero. Que el agua, no la salpique.
Esta cruel enfermedad tocó en la puerta de Loreto cuando tenía 42 años; es probablemente una de las más jóvenes enfermas de Canarias atrapada por la dolencia. Tenía una vida llena de proyectos cuando un día, ya digo, con 42 años y con dos hijos quinceañeros comenzó el principio del fin. Depresión, desmemoria, confusión, agresividad….. Loreto lleva 23 años sufriendo la enfermedad pero ella, en su desmemoriada y descontrolada mente, poco sabe ya del hombre que tiene a su lado Gumersindo Fuentes, Sindo, que no se ha separado de su lado ni un instante. Lean y verán hasta qué punto.
Solo el amor, la compasión, la gratitud y los recuerdos de una vida en común plena, pero escasa en el tiempo, han sido capaces de darle fuelle a este ser humano extraordinario. Por eso digo que la de Sindo y Loreto no es la historia de una enfermedad; no, no, es una historia de amor que conmueve y que nos reconcilia con esa parte de la sociedad aún generosa, aún comprometida.
Sindo habla y habla tratando de no hacer parada y fondo en su tragedia y venirse abajo. Llora de vez en cuando, pero con disimulo se tapa la cara. No quiere que le vea. No sabe que no es Supermán. « ¿Sabes cómo la conocí…?», dice. «Yo hice el cuartel en Aviación y un día en un guateque de reclutas vi a Loreto sentada, con una rebeca en las rodillas. Era preciosa…me acerqué y bueno… ya sabes ‘¿bailas…?’, me dijo que sí… desde ese día hasta hoy, estamos juntos. Era una chica muy guapa…¡mírala, mírala aquí…! (muestra fotos de la época). Éramos dos chiquillos, 16 o 17 años, más o menos, y entonces comencé a buscarla a la puerta del colegio don Antonio (Alcaravaneras). Salíamos mucho, nos gustaba bailar, el cine, y hasta ganamos concursos porque lo hacíamos muy bien. Bailábamos de todo, era una maravilla de mujer…».
Esa «maravilla de mujer» de la que habla con devoción está sentada a nuestro lado, en un banco, mirando sin ver. Quieta. Inmóvil. En eso la ha convertido el Alzheimer. Ni siente ni padece. «Tenemos dos hijos y aunque quieren ayudarme con su madre trabajan todo el día, tienen su vida y saben mi eterno alegato: ‘El problema de mamá es solo mío….».
Y así es. La vida de Sindo es la vida de una entrega absoluta a la mujer que quiere. Cada día de cada semana, de cada mes, de cada año Sindo la lleva a pasear durante dos horas. Loreto tiene dificultades para mover las piernas pero como el médico ha dicho que los ejercicios físicos retrasará la más que probable invalidez el paseo es una religión: «Lo peor es que vivimos en una casa sin ascensor; en el tercer piso. 69 escalones nos separan».
Vaya con estas líneas mi respeto y admiración por Sindo y por todas aquellas personas que dedican su vida acompañar a estos seres indefensos y maravillosos. Sin palabras.
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