Dejando a un lado la actividad repetitiva de la actualidad electoral, en mi empeño de escuchar –por acercarme cada vez más a la “realidad ciudadana”—, he procurado, estos días, centrar parte de mi atención en las conversaciones y escritos que sobre la situación cultural granadina se han prodigado desde diversos sectores.
He creído entender, a modo de rápido resumen y con tono global, que las diferencias del “qué hay que hacer” y el “cómo hay que actuar” en este campo tan sensible van más allá de las meras propuestas de distinto signo.
De nuevo los hechos de la Cultura –con mayúscula– se intentan convertir en acontecimientos particulares, cuyo único fin es avalar otras tesis de posicionamiento político o social (lo que sucede también hasta con las actitudes mostradas por varios de los personajes protagonistas).
He escuchado con toda atención quejas de los gestores; alejamiento de los patrocinadores; estancamiento en ideas redundantes; pérdida del norte en los atractivos de la programación; descontento con lo prometido y lo que, finalmente, se ha dado… Y todo esto –y mucho más–, a mi parecer, viene dado por el empeño de no aplicar el sabio refrán de “zapatero, a tus zapatos”.
Si nos damos cuenta que lo “demandado debe tener los pies en el suelo”, hay que aceptar, del mismo modo, que lo “deseable está íntimamente comprometido con las situaciones por las que atravesamos”… Lo que no quiere decir que aquí se proponga una involución de lo alcanzado, sino, como en otras áreas, una evolución sostenible, en orden y concierto, aprendiendo del pasado para no repetir errores.
¿Es hora de propuestas faraónicas –sean de la clase que sean– o, por el contrario, tiempo de consonancia real? Me inclino por lo segundo, sin dejar de trabajar en lo primero.
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de
Ramón Burgos
Periodista