La nostalgia es esa dulce y quebrada emoción que late en la sien, que difumina, hilvanado recuerdos, nuestro presente. Es ese tiempo que recordamos, ahora, en papel celofán amarillo, empañado por la lejana distancia, y, por esa confusa sensación que nos deja: la que nos hace sentir que eso que vivimos, fuese el recuerdo de otro.
“La nostalgia es genuina, lloras por cosas que en realidad sucedieron”. Pete Hamill
La palabra nostalgia proviene del griego “nóstos” (regreso) y “álgos” (dolor). Se trata de ese estado en el que rememoramos nuestro pasado, o lo que sobrevive de él. Nuestra memoria desempeña un importante papel adaptativo, ya que nos protege guardando los buenos recuerdos y desechando gran parte de los negativos.
El término fue usado por primera a finales del siglo XVII por Johannes Hofer, un médico suizo que intentaba describir el estado soporífico y dulce que observaba en los soldados suizos. Estos, invadidos por la añoranza de su hogar, no paraban de suspirar, tenían palpitaciones, y habían perdido el sueño y el apetito, incluso hasta morir. No toda melancolía era preocupante, pero cuando lo era se le llamaba ‘nostalgia’.
La nostalgia, tiene un aspecto muy positivo, es una respuesta común a los cambios. Situaciones de pérdida o cambios significativos, nos sacan de nuestra zona de confort; los que nos obliga a situarnos de nuevo ante la vida, con incertidumbre y con muchas preguntas en cuanto a qué nos deparará la nueva situación. Los investigadores la consideran como un recurso que nos ayuda a encontrarle un sentido a nuestra vida, en cuanto no banaliza el pasado, convirtiéndose en un puente, entre el presente y el futuro, donde estar a salvo. La nostalgia actuaría como un almacén en nuestra memoria de emociones positivas, al cual podemos acceder conscientemente, y que facilita la adaptación a los distintos cambios en nuestra vida. La mejor forma de vivir es en el presente, pero, es cierto que, recrearnos en un recuerdo feliz, es un buen recurso para positivar nuestro estado de ánimo.
“La nostalgia verdadera es una composición efímera de memorias desconectadas”. Florence King
Pero, cuando la nostalgia se remite al pasado constantemente, la capa onírica que la envuelve, se torna tan espesa que no permite disfrutar el nuevo paisaje. Ocurre, que, el revivir constantemente nuestra supuesta feliz vida pasada, la dulce tristeza se torne agria, amargándonos los días y enterrándonos en estados de tristeza tan profundos de los que puede ser muy difícil salvarse. ¿Cuál es, entonces la dosis justa de añoranza? Aquella que nos permita revivir nuestro pasado de forma realista, reviviendo las cosas buenas, y también, las malas.
“Aguda nostalgia, infinita y terrible, por lo que ya poseo”. Juan Ramón Jiménez
En casos de nostalgia excesiva, en el que las lágrimas no nos dejen disfrutar de nuestro presente, único e irrepetible, y que acabará también siendo nostalgia, podemos intentar ser realista, ya sabemos que recordamos sólo la parte positiva de nuestra pasado, y debemos, así también, evitar hacer comparaciones de nuestra vida pasada y presente. Explorar nuestros sentimientos nos ayudará a identificar qué nos ocurre y porqué, ponerles nombre a nuestras emociones para así, racionalizarlas y aceptarlas. Comunicarse con gente positiva; la evitación, el aislamiento y la falta de comunicación cronifican la nostalgia, conversar sobre los motivos de este sentimiento es muy necesario. También lo es, no recrearse constantemente en los estímulos que nos producen dolor, conservar éstos (fotografías, cartas, objetos, etc.), puede pasar de ser un necesario recuerdo, a una obsesión. Cuando revisar este tipo de recuerdos nos produce un malestar excesivo, es preferible que los dejemos de lado durante un tiempo. Si la nostalgia se cronifica en una situación de duelo, puede ser necesaria ayuda psicológica.
La nostalgia es una tramposa amiga, cuando nos secuestra, ahí es cuando nos atrapa, cual arácnida sombra en su dulce proyección. Caemos, salivando pasados amarillos, que, sí, existieron, pero no tan blancos como creemos. Y así, la nostalgia, nos destrona de la posibilidad de disfrutar de la nostalgia diaria. De ser un regalo lúcido y hermoso, puede pasar a tragarnos en su peligrosa irrealidad, impidiéndonos reconocer que aquello por lo que lloramos, está cerca; dentro de nosotros.
“Es en estos momentos de tierna y ridícula nostalgia cuando sé que algo dentro de mí todavía está roto”. Steve Almond
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso