Salimos a las calles, las luces que visten la ciudad nos indican que algo ha cambiado en el panorama urbano. De repente, en diciembre, Granada se torna en una luminiscente y parpadeante marea, como señales hipnóticas las luces multicolores parecen que nos gritan: “afloja los bolsillos, compra, gasta, emborráchate y sé más feliz que nunca”. Un océano de “zombis”, corren de tienda en tienda, de centro comercial a centro comercial, sumisos a las órdenes imperantes.
Ahora, la familia tiene que ser el centro de nuestras vidas, quizá llevamos todo el año sin saber de ésta, ni siquiera nos preocupa si nuestros parientes están vivos o muertos, pero ahora nos afanamos en llamarlos, en congregarnos para celebrar comidas excesivas y sonrisas artificiales.
Nos reunimos con nuestros compañeros de trabajo, la mayor parte del año los hemos criticado, pero estos días, con el ardor etílico compartido, los abrazamos casi en lloros y celebramos un cariño inexistente.
Nuestro jefe es el mejor de todos en estos días, nos regala un jamón o una botella de anís del “Mono”, o nos da la paga extra; ¡oh, qué benévolo es nuestro jefe”
Imagino que un niño/a de tres años, como un extraterrestre que acabara de aterrizar en la tierra, se quedaría estupefacto ante tanta parafernalia; pensaría en qué planeta de locos está. Imagino a ese niño/a, ya caldo de cultivo, empapándose bien de todo, preparando sus antenas para aprender vicariamente, ajeno y extraño a todo lo que pasa a su alrededor. Me lo imagino con unos ojos como platos, con una estupefacción alienígena, recibiendo regalos, sonrisas, benevolencia, más arrumacos de los que está acostumbrado, disfrazado de pastorcillo/a cantando villancicos con sus profesores, a los que nunca antes los escuchó cantar ni por asomo.
Le estamos vendiendo una farsa que años más tarde reproducirá a la perfección, le estamos diciendo que celebre obligatoriamente la felicidad en Navidad, “sólo en estos días nene, que no podemos ser todo el año tan güenos”.
Cuando hablo de Navidad responsable, estoy hablando de una vida responsable, de unos valores y civismo que tienen que ser permanentes, tanto si celebremos la Navidad o el santo de nuestra suegra.
He hablado mucho de cómo la bondad es la única “medicina” que puede curarnos, la única que nos asegura un estado mental sano. La bondad es sentir un deseo sincero de ayuda a los demás, es sentir su sufrimiento e intentar paliarlo. La bondad es mostrar agradecimiento, una generosa sonrisa, es querer a los demás en toda su completud.
Nada de lo que hay fuera nos puede hacer sentir plenos. Todo aquello que buscamos en el deseo material de tener cada vez más, sólo nos produce infelicidad, y ¡es que se necesita tan poco para ser feliz!
Y dirán ustedes, “esta es otra que odia la Navidad, un espécimen antinavideño en potencia”, no, no es así. Después de haber perseguido también las señas de los parpadeantes señuelos, después de hacer sido una más en la marea humana que compraba todo lo que estaba a mi alcance, después de haberme sentido un poco más buena en Navidad y haber celebrado más reuniones navideñas que en cien años de mi vida. Después de vivir todo eso, aprendí algo muy valioso, algo que me hace cada día querer ser más útil a los demás, más comprensiva, más generosa, algo que me hace sentir libre de lo que impone la sociedad de consumo.
Aprendí que nada me llenaba, aprendí que cuanto más tenía más quería, aprendí, después de mucha reflexión, meditación, silencio y soledad, que todo se hallaba en mí misma; cuanto más me esforzaba en amarme y amar a los demás, en no enjuiciar las conductas de otros/as, más feliz me sentía, más completa y serena.
Es curioso, Jesucristo dijo “ama a los demás como a ti mismo”, amar a los demás es amarse a uno mismo; amando aprendemos a amarnos, dando aprendemos a recibir, comprendiendo a los demás, empezamos a comprendernos a nosotros mismos.
Concienzudamente he indagado en los Libros Sagrados, antes de escribir este artículo, la fecha exacta en la que debemos ser mejores personas, y no he encontrado un indicativo temporal que nos diga exactamente cuándo serlo; me he quedado atónita. Mis sospechas han sido confirmadas: siempre, todos los días, debemos esforzarnos en ser mejores personas, para nosotros mismos y para los demás. Esta frase debería estar todos los días del año alumbrando nuestra ciudad, pero no, no lo está.
Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por nuestros hijos/as, construyamos personas sanas, serenas, felices, que otorguen un verdadero sentido a nuestro mundo, un sentido humano imperado por la bondad, por el amor.
Entre tanto os deseo una Feliz Bondad, deseándoos que no compréis más de lo necesario, que no comáis más de lo que puede asimilar nuestros estómagos, ni que bebáis hasta arrepentiros. Os deseo que realmente pensemos en nuestros hijos y familiares, amigos, vecinos y en todo aquel que forme parte de nuestra vida y que los amemos con voluntad de amarlos todos y cada uno de los días que estemos vivos.
El amor empieza por uno mismo, con la intención, el esfuerzo, la constancia, la dedicación, la paciencia que merece cualquier trabajo, porque el amor es la labor más importante, es la razón por la que estamos aquí. En el amor se reduce todo, todo adquiere sentido.
“Ama y haz lo que quieras” San Agustín. (Como veis no pone fecha exacta de aplicación)