Rob era un pequeño de apenas 12 años que perdió uno de sus dedos, mientras que Addara sufrió abusos sexuales desde los nueve (ellos son dos nombres más de un hecho tan reiterado como inadmisible).
Es duro ver a niños explotados, esclavizados o privados de una infancia.
Pobreza, desnutrición, drogadicción o delincuencia están a la orden del día. Millones de niños realizan trabajos que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) considera peligrosos. Cierto es que en Bangladesh podías ver niños tirados en sus calles, conviviendo con la basura, trabajando de manera incansable para ganar unos sueldos ridículos.
A menudo, vemos a niños huérfanos de felicidad. Algunos son captados por las mafias frente a quienes realizan trabajos inapropiados para su corta edad. No permanezcamos indiferentes ante el tráfico de drogas, la prostitución, el tráfico de órganos o los denominados “niños soldado”, entre otras prácticas que no debemos pasar inadvertidas.
Los niños deben jugar, saltar, seguir disfrutando con su inocencia como acompañante, desarrollarse física y mentalmente de forma natural. Se calcula que 85 millones de todo el mundo son explotados en el mercado laboral. Cuando veo esta cifra, no me queda otra que lanzar una pregunta ¿Permaneceremos impasibles ante el día a día de estos chicos?
Gobernantes de todo el mundo deben dar respuestas y soluciones a este problema. De la misma forma, no pueden convertirse en cómplices (en algunos países sus leyes contribuyen a situaciones de esclavitud, violencia sexual o trabajos tan degradantes como peligrosos.
Sin duda alguna, hemos de clamar contra esta injusticia que condena a millones de seres inocentes. La defensa de los derechos de la infancia debe cumplirse, facilitando una educación sin restricciones, un acceso a un mercado del trabajo que brinde ingresos acordes al trabajo desempeñado (cuando tengan la edad que les permita trabajar de manera legal) y condenas ejemplarizantes a todos aquellos que priven de su libertad a niños.
No quiero oír gritos de ángeles que malviven en este mundo terrenal, un valle de lágrimas que impone el silencio mientras permanecemos indiferentes.
Que mis deseos no caigan en saco roto y contribuyamos a erradicar esta lacra.
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Profesor de ESO