Antonio Luis García: «La generación puente»

Las ideas de izquierdas anidaron entre estudiantes y profesores y se quedaron en la universidad para siempre
Dice un proverbio chino que los “hombres somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres” y tiene razón; aunque también depende de las condiciones en las que hayamos vivido y del tipo de padres que hayamos tenido. Pero, como educador y profesor convencido, le doy toda importancia a las relaciones personales y de aprendizaje, que esencialmente dependen de los padres y del profesorado. Las características heredadas, son el punto de partida y de llegada – “condición y figura hasta la sepultura” – pero los vínculos afectivos, estímulos, modelos, vivencias, etc. condicionan preponderantemente la formación. Para Ortega el ser humano, más que naturaleza, tiene historia; por tanto, somos producto de nuestra biografía personal, de nuestra historia individual total.

Cuando estudiaba en la Facultad de Letras de Granada, a comienzos de los años setenta, un compañero decía que los nacidos entre finales de los cuarenta y de los cincuenta, éramos la “generación puente”. Sorprendentemente, con el paso del tiempo, dicha afirmación se ha convertido en una realidad indiscutible. Cierto que todas las generaciones hacen de puente entre la anterior y la posterior, pero la nuestra tiene unas connotaciones que justifican sobradamente dicha denominación. Los nacidos en la década anterior, no eran muy diferentes, pero vivieron su infancia en otro momento: en los llamados y tristes “años del hambre y de la posguerra”. A partir del sesenta, el aumento del nivel de vida de la población, permitió una fuerte subida del índice de natalidad. Es la conocida generación “baby boom”, posterior a la nuestra, que también tuvo otras condiciones diferentes.

La identidad de nuestra generación, consiste esencialmente en que hemos vivido y asimilado grandes y sucesivos cambios sociales, culturales y políticos. Nuestra infancia transcurrió en los años cincuenta, cuando España estableció relaciones diplomáticas con Estados Unidos y otros países, que permitieron la llegada de la ayuda americana y de intercambios comerciales, que aliviaron la situación alimenticia de la población. Pero la educación crecía bajo el signo del primer franquismo y de la Iglesia Católica anterior al Concilio Vaticano II. Sus mensajes fueron asimilados por “la mente absorbente” (Montessori) de los niños. En la década siguiente, la música moderna de los años sesenta, nos hizo vibrar de alegría y bailar con todo desenfado y energía. Cantantes, dúos y grupos españoles, franceses, italianos, etc. convirtieron a la música en la primera y principal practica cultural del momento. Los Beatles pusieron el broche de oro a esta pléyade musical.

A finales de los sesenta, se producirá otra metamorfosis mental. En el conocido “Mayo francés de 1968” los estudiantiles universitarios, apoyados por los trabajadores, inician las revueltas contra el capitalismo y el gobierno de la República, que acabaron con la caída del presidente Charles de Gaulle. Dichos movimientos se extendieron pronto por toda Europa, llegando a España y Granada. Aquí las manifestaciones contra el franquismo eran difíciles, por las fuertes cargas policiales, pero las huelgas eran continuas. Las ideas de izquierdas anidaron entre estudiantes y profesores y se quedaron en la universidad para siempre. Finalmente, tras la muerte de Franco, y el apasionante proceso de la Transición, la generación puente logró un rol diferente, ejerciendo con delicado tacto y elevada responsabilidad su acción política hasta lograr las libertades, los Derechos Humanos y la aprobación de la Constitución.

Hoy, cuarenta años después, estamos experimentando la quinta transmutación. Seguimos activos, aunque preocupados por la juventud, la situación de España y del mundo, pero nuestro espíritu y nuestras creencias de fondo permanecen intactos.

 

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ANTONIO LUIS GARCÍA

Catedrático y escritor

 

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