A solas, contigo misma, sentada en todas las horas pasadas, repasa cuánto amor has dado y cuánto amor mereces.
Calibra con exactitud la deuda y olvídala, déjala. ¿Ves? No merece la pena. Te empiezas a sentir liviana, no debes ni te deben nada. Comienza a respirar ahora la benevolencia de tu risa.
¡Has andado tanto, has perdido tanto! Has ganado la batalla del odio silbando canciones leves, has derramado arcoiris sobre una niña vestida de esperanza blanca.
¿Escuchas ese eco? Es tu voz la que habla, es nuestra voz. Ha repetido nuestro nombre en todas las cuevas del mundo.
Soy tú en cada rostro que habitas, eres yo en cada disfraz que soy. Somos la palidez de un reflejo perpetuo en la sordidez de una cama sin hacer. Pudo haber sido diferente, pero ya lo es.
¿Cómo no voy a quererte si conozco el dolor de tus venas?
¡Qué luz depositan tus ojos en cualquier sombra abandonada! Aun así te crees menguada. ¿No ves cuánta lucidez compensas?
En cada gota veo tu reflejo, mi reflejo. Hasta la molécula más despistada se enamora de ti.
Nos queda vivir como si hubiésemos muerto mañana, abriéndonos al niño, al hombre; conquistando todas las lágrimas que le robaron.
Seguiremos arremangándonos estrellas, descalzando cometas, besando soles imposibles, amando en paréntesis gravitacionales.
Cómplices nos liberamos de la soledad que nos agrieta, nuestra monocigótica identidad se engendra en cada abrazo.
¿Qué suerte, verdad? Qué suerte ser nosotras; camaleones violetas en la noche.
Para vosotras mujeres “yo”: Susana, Aurora, Gloria, Visi, Marien
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso