No pretendo hacer aquí un análisis de la locución latina que encabeza esta reflexión (“en las circunstancias del caso concreto que se plantee”).
Sólo pretendo –y no os sorprenda que me parezca tarea de titanes– que nos sirva de recordatorio de lo vivido y de lo que nos queda por vivir en estos días de reorganización de ideas y propósitos para el hoy y, quizá más importante, para el mañana.
Así, y al hilo de una carta del director de IDEAL sobre la veracidad de las informaciones que nos están asaeteando, no me queda otro remedio –“haciendo de tripas corazón”– que irritarme por las estafas que leo, escucho y veo, urdidas por insensatos o, lo que es peor, por rateros impenitentes, ladrones de bienes terrenales y morales.
Quiero creer –a riesgo de que me llaméis ingenuo– que las redes sociales nacieron para mejorar la comunicación humana, y que ha sido el desmedido abuso de su capacidad para la interrelación lo que nos ha llevado a padecer el trance por el que estamos atravesando: una coyuntura de prevención, sin duda necesaria, pero que hay que evitar –actuando con dureza contra los “violadores”– su acercamiento peligroso a lo que, en diversos periodos de nuestra existencia, propició la implantación de la censura, uno de los mayores atropellos al derecho y a la razón.
Bien es cierto que, por formación y experiencia –virtudes, las dos, de carácter fundamental para el crecimiento moral– “somos otros López”, pues, por ejemplo, hemos desarrollado, en mayor o menor medida (según el esfuerzo de cada cual), la capacidad de contrastar, bálsamo que puede curar las heridas infringidas por los saqueadores de voluntades a los que ya me he referido.
Así, parafraseando al maestro de la generación del 98 –Antonio Machado– me arriesgo a decir: “Sin la Prensa (sin las legítimas redes sociales), dada la constitución de las modernas sociedades, nuestra vida languidecería en un privatismo torpe, inmoral, egoísta”.
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de
Ramón Burgos
Periodista